Uno, dos, tres…

Aquella noche se encontraba fatigado, era ya de madrugada cuando volvía a su casa y luchaba continuamente por no cerrar los ojos y quedarse durmiendo en la misma calle. La luz de las farolas reverberaba en el asfalto a uno y otro lado del paseo. En el centro, las lámparas sujetas por hilos metálicos que aprovechaban la parte más alta de los troncos de los árboles, se balanceaban con el empuje del viento.
Era un hombre de mediana edad y físico enjuto. Se encogió en su cazadora de imitación de cuero asistiendo sin saberlo a la extraña metamorfosis de la vida humana, horas antes, todo había sido un simulacro de poderío humano, donde rivalizaban la desgracia y la felicidad en un juego de destrucción mutua ideado por el hombre contra el propio hombre. Ahora, todo aquello carecía de sentido, era como si un transeúnte a esas horas fuera libre y todopoderoso al margen de su condición social, y es que de noche: tanto las fuerzas desconocidas de la naturaleza como las aún ignoradas por la ciencia, emergen de entre las sombras imponiéndose a la necia soberbia de un mundo empeñado en infundir angustia y depresión. Una hora antes, apuraba la última cerveza en una sórdida barra americana tras abandonar el polígono industrial donde trabajaba doce horas al día, y tan sólo media hora antes, aceleraba el paso tras el silbato del tren mientras se adentraba apresuradamente en el vestíbulo de la estación de cercanías sin comprender aquel adelanto de tres minutos sobre el horario previsto.
En el paseo, no había ni un alma, pero al llegar frente a su casa, tuvo la sensación de que algo aparecía y en unas milésimas de segundo, volvía a desaparecer, aunque no le prestó la menor atención. Vivía en un bloque de apartamentos desprovisto de toda aspiración arquitectónica como correspondía a aquel rincón de la capital conocido como “ciudad dormitorio”
Mientras sacaba las llaves para abrir el portal, creyó oír el murmullo de algo viviente que discurría a su alrededor, pero ahora, tampoco le prestó importancia alguna.
Al fin, llegó a su apartamento, alicaído y con el corazón acelerado a causa del cansancio. Su casa, a oscuras, tenía el aspecto de un piso en abandono, las ropas eran remolinos de trapos esparcidos por toda la casa, las paredes estaban invadidas por las manchas de humedad, la cocina era un sumidero de agua estancada que inundaba los fregaderos donde se amontonaban los platos y los vasos en un agónico compás de espera y en su dormitorio, la ropa de la cama yacía dispersa y desordenada sobre un colchón cuya hendidura presentaba la silueta imprecisa de su morador.
Mientras se desnudaba: encendió la luz de la habitación y con la escasa claridad que ésta ofrecía, se vio súbitamente abordado por la misma sospecha que ya atrajo su atención antes de entrar en casa: no estaba solo, de pronto, creyó captar unos extraños gemidos surgiendo de distintos puntos de la habitación. Incapaz de comprender lo que estaba sucediendo, pensó que alguien o algo, había entrado en su casa; un ser o seres lo suficientemente inteligentes como para invadir un espacio privado y esconderse.
Mientras pensaba esto, se oyó un fuerte chispazo y la casa por completo quedó a oscuras "Otra sobrecarga" pensó para sí, y no era la primera vez: aquellos bloques de viviendas, habían sido dotados de instalaciones precarias, por lo que las averías estaban a la orden del día.
Ahora, aquel extraño ruido había cesado y nada parecía discurrir ni moverse en el pequeño recinto, por lo que, aún extrañado, se encaminó a tientas hacia el pasillo, donde estaba la caja de fusibles, allí a través del oscuro umbral, creyó distinguir dos ojos pequeños y redondos; dos fugaces y brillantes esferas luminosas…Alargó su mano tanteando con la ubicación exacta de la caja de suministro y cuando la tuvo localizada, pulsó la palanca del interruptor general, lo que provocó un nuevo chispazo que inundó sus retinas con un intenso resplandor blanquecino al tiempo que se convulsionaba sintiendo como violento un ramalazo de corriente recorría todo su cuerpo.
Las confusas manchas grisáceas que pueblan los espacios en penumbra, comenzaron a moverse con voluntad propia: eran sombras escurridizas de ojos redondos y brillantes, sus siluetas fugaces y alargadas aparecían desde todos los rincones a la vez. Con gran estupor: contempló la masa orgánica y amorfa que le rodeaba, podía tratarse de un solo ser sin una forma definida; una especie de calamar gigante dotado de cientos de ojos diminutos y brillantes, o bien podían ser docenas, o tal vez cientos de seres, de entre diez y veinte centímetros cada uno, hacinándose unos contra otros, buscando espacio mientras su círculo se cerraba lentamente a su alrededor. Cuando al fin reaccionó, rozó con su tobillo derecho una masa áspera de pelos erizados. Con enorme aversión por su parte, lo que le reportó la sensación dolorosa y aguda de unos incisivos afilados clavándose en el tobillo. Se enfureció e ignorando las consecuencias que podría acarrear su reacción, la emprendió a patadas sobre aquello, pudo ver a varios de aquellos seres volando por los aires, pero sintió como otros muchos trepaban por su cuerpo mientras le mordían, fue el momento en que recibió un fuerte mordisco en las tripas. El dolor le hizo caer al suelo pero no por ello dejó de patalear y de golpear con sus pies y puños a aquellas criaturas. Ahora las podía escuchar gimiendo con sus voces estridentes a sólo unos centímetros de sus tímpanos: eran ratas.
Una rata bastante gruesa le mordió en el peroné, otra se escurrió bajo el tórax e intentó clavarle sus dientes entre las costillas, pero éste se revolvió nerviosamente y como pudo, se puso en pie y abrió la puerta para salir a la calle donde creía que estaba la salvación. Una vez afuera, pudo comprobar que todo el edificio se hallaba a oscuras, las ratas seguían arremolinándose a su alrededor presas de una fijación obsesiva, tuvo que desquitarse de cuatro o cinco que se estaban encaramando a sus piernas con la intención de trepar a través de él. No obstante, comenzaba a sentirse debilitado por las heridas; no podía bajar saltando de un rellano a otro como hubiese deseado pero lo intentó: emprendió una carrera desaforada y en descenso a través de las escaleras con aquellas bestias grises rugiendo por detrás y chasqueando sus dientes con hambruna. Dio un traspiés y bajó el último tramo de escaleras rodando, con lo que varias decenas de ratas saltaron sobre él, cubriendo su cuerpo con un manto fláccido y elástico. Sus afilados dientes se clavaban una y otra vez bajo su piel, aquellos monstruos se movían con demasiada rapidez y sus dientes eran como diminutas cuchillas afiladas. Después de haber intentado levantarse por dos veces consecutivas, se levantó y salió, no sin antes ver a cientos de aquellos animalillos, miles quizá: bajar por la calle a gran velocidad.
Caminaba cojeando y perdiendo sangre con el sonido inconfundible de las ratas persiguiéndole; arañaban el suelo con sus pezuñas arrastrando sus panzas hinchadas, miró tras de sí, gritó y trató de avanzar frenéticamente, pero se sentía tan molido que cayó secamente sobre el asfalto, y mientras, las ratas, a oleadas, se acercaban inexorablemente; su número parecía acrecentarse a cada segundo y sus dientes se vislumbraban como sobresaliendo de masas oscuras y deformes que eran sus cuerpos, sacudían sus largos bigotes y movían de un lado a otro sus colas ásperas y peladas mientras chillaban confusamente en la noche.
Gritaba sin cesar; su vista se nublaba, se arrastraba con torpeza y finalmente, dejó de moverse, cerró los ojos y los rabiosos chillidos de las ratas comenzaron a taladrar furiosamente sus tímpanos mientras saltaban sobre él, sus afilados dientes y colmillos se clavaron hundiéndose hasta el hueso desgarrando piel y tejidos, entonces las pudo ver muy de cerca: grises, leprosas, voraces, era como si sucesivas capas de piel viva se ciñeran a su cuerpo superpuestas unas encima de otras hasta formar un denso y amorfo enjambre, cada mordedura era una hoja de cuchillo penetrando en su interior. Cuando intentó levantarse en un último y desesperado intento, notó que tenía los tendones partidos, pero aún le quedó energía para seguir arrastrándose entre convulsiones al sentir su aparato genital convertido en comida. Transcurridos algunos segundos más de dolor intenso, sus huesos habían comenzado a perder consistencia y a desprenderse perdiendo sus puntos naturales de unión, y sus miembros comenzaron a agitarse impulsados por el simple mecanismo de las terminaciones nerviosas.
En su agonía, todavía pudo ver dos luces borrosas a lo lejos. Sus ojos apenas distinguieron los dos faros de un coche y un vago sentimiento de esperanza asomó en su torturado cerebro. Pero el coche se acercaba, describiendo un trayecto en zigzag, como si hubiera un ciego al volante, y se abalanzó sobre él, atropellándole. Las ruedas de aquel coche arrollaron sus piernas las cuales crujieron y quedaron separadas del cuerpo. Durante algunos segundos, muchas ratas huyeron despavoridas pero volvieron a acudir hacia lo que quedaba de su cuerpo cuando el coche estaba ya lejos, arremolinándose de nuevo en un revoltijo demencial sobre sus restos, mordiendo y arrancando los innumerables jirones de piel que colgaban de sus tejidos, todas sus heridas se abrieron hasta dejar sus órganos internos al descubierto. 
Había cerrado los ojos a causa del dolor, pero cuando los quiso abrir de nuevo, la negrura le envolvía tras el hueco desgarrado de sus parpados. Su boca se inundó de sangre, era como un remolino viscoso que subía desde sus entrañas abiertas hasta su garganta y que no podía tragar ni vomitar, la sangre comenzó a bañar sus pulmones…en ese momento, una repentina sensación de paz sustituyó al dolor y el silencio hizo su aparición. Lentamente, un remolino sin forma comenzó a envolverle, la ingravidez se fue apoderando de su cuerpo. Privado de consciencia y de voluntad, dejó que su cuerpo se deslizara a través del abismo vertiginoso que se abría ante él y fue arrastrado por una espiral sin fin mientras se fundía con el todo.
Al poco rato, abrió los ojos aturdido. El pensamiento acudió gradualmente en medio de la confusión mientras llegaba la claridad desde la más negra de las tinieblas. Ahora se encontraba perfectamente, estaba tendido en el suelo de su apartamento, no conseguía creer lo que acababa de suceder: en cuestión de instantes, había vuelto a revivir, como si acabara de experimentar una desconcertante ilusión.
Vagamente recordó la descarga eléctrica que había recibido antes de que empezara todo, quizás hubiera recibido una descarga lo bastante potente como para mantenerle en estado de shock, pero…¿Cómo se explicaba lo que había sucedido posteriormente?
Se levantó, advirtiendo un angustioso vacío en su vientre. Sintió frío; no un frío puramente físico sino un escalofrío intenso, y bruscamente surgió de su cerebro un pensamiento que pugnaba por convertirse en convicción: ¿Y si no había estado soñando? si hasta ese momento había estado despierto, esto solo podía significar que se hallaba muerto aunque también cabía la posibilidad de que todo aquello formara parte de un mismo sueño; una pesadilla de aquellas donde la frontera entre lo real y lo ficticio apenas podía percibirse…¿Era este uno de aquellos trances angustiosos en los que creía despertar dentro del sueño para entrar en otro?.

Comenzó a contar los segundos uno detrás de otro, esperando que sucediera algo en cualquier momento: uno, dos, tres: nada. Siguió esperando en silencio, un gélido vacío y silencioso le envolvía. Cuatro, cinco, seis…seguía sin suceder nada. Siete, ocho, nueve…nada.

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