Necrópolis


Transitaba como un vagabundo, removiendo los sedimentos amargos de su pasado, su memoria había quedado atrapada en aquellos lugares donde discurrían sus recuerdos, un silencio cruel bañaba las calles donde flotaban suspendidos los recuerdos ajenos a su entorno. Caminaba con paso lento, intentando salvar la laguna que se había formado en su memoria en un momento indeterminado, intentando recordar en qué momento y en qué lugar se precipitaron los hechos de los que ahora se lamentaba pero apenas lograba retener fragmentos inconexos de momentos puntuales que su memoria torturada había desdibujado en un cuadro de trazos gruesos y borrosos.
Un creciente murmullo rasgó la noche, un soplo de aire cálido agitó las ramas de los árboles provocando un chasquido de ramas secas en movimiento. Vagamente recordaba haber recorrido aquel mismo trayecto en otro tiempo y quizás en otra vida, y a medida que se adentraba en lo más recóndito de su mente fue activándose el mecanismo inerte que atesoraba las imágenes, pero su cabeza era todavía un torrente de ideas inconexas; un rompecabezas cuyas piezas comenzaban a unirse lentamente, y dentro de aquel cuadro borroso estaba él, iniciando aquella misma ruta en un tiempo pasado, solo que aquella vez iba en busca de algo y sabía lo que buscaba: se vio a sí mismo en compañía de otra persona caminando a través de angostos callejones, escenario de un pasado remoto, por calles desiertas, de fachadas ennegrecidas bajo cuyos cimientos yacía sepultada la historia de sus moradores.
Una ráfaga de truenos se sucedió de pronto iluminando el cielo con un resplandor casi diurno, el suelo comenzó a vibrar con el chapoteo de la llovizna que caía mecida por ráfagas cálidas de viento. Sintió como toda su ropa se empapaba de un líquido parecido al sudor que unía su piel con la tela, pero prosiguió su camino rehusando la posibilidad de ponerse a cubierto bajo cualquier balcón desvencijado porque su mente permanecía ajena a lo que sucedía en el exterior. Llegó hasta un muro tras el que despuntaba la silueta negra y alargada de un campanario, traspasó la verja herrumbrosa de aquel muro y prosiguió su camino a través del pavimento de hierba reseca que rodeaba la vieja iglesia, atravesó una fina cortina de ramas oblicuas y retorcidas que colgaban de los árboles y el desgarrado telón de una naturaleza muerta fue abriéndose a su paso con el húmedo crujir de las ramas partiéndose y arañando su cara.
Ahora se hallaba frente a un descampado de losas fragmentadas insertadas en un blando suelo de tierra, de ruinas circulares que envolvían la estructura, casi monolítica de una antigua cripta y mientras avanzaba, pudo ver las superficies volátiles de las masas de nubes levitando y desplazándose veloces sobre la desconcertante masa negra de piedra: había llegado hasta allí movido por la misma certeza interior que guiaba sus pasos y ese algo luchaba persistentemente por romper el obstáculo que se interponía entre él y sus recuerdos.
El tiempo transcurrió indefinidamente y se acumuló formando pliegues etéreos de silencio y clamor. Un trueno más intenso que los anteriores inundó todo el entorno con un cálido resplandor blanquecino y de pronto, los recuerdos emergieron nítidos y en un torbellino incontenible, cierta noche como aquella y a la misma hora, él se encontraba en aquel mismo lugar, iba en compañía de ella y las nubes les envolvían como le estaban envolviendo ahora, sus formas abyectas y en densa formación cubrían el cielo, una negrura inquieta les engullía trazando dibujos sinuosos de formas inmóviles y agazapadas a su alrededor, ambos habían acudido hasta allí guiados por una voluntad y un deseo común: allí juntos, frente a la antigua cripta, iban a sellar su amor para siempre y el fruto de esta unión iba a perdurar sobre los avatares del tiempo, porque las fuerzas que anidaban en aquellas piedras eran las mismas que guiaban el fluir de los astros, de la materia y de la propia creación.
Juntaron sus manos y esperaron en silencio, cerraron los ojos y permanecieron así durante un espacio de tiempo indeterminado, hasta que una ráfaga de aire frío recorrió sus espaldas como una gigantesca garra invisible. Entonces abrieron los ojos y lo vieron: era un manchón de negra humareda borrosa que gravitaba suspendida a unos dos metros del suelo y que descendía silenciosamente sobre sus cabezas. El rechazo ante la posibilidad de ser envuelto o siquiera tocado por aquel ser pudo más que el deseo de permanecer junto a ella y salió huyendo de allí en el momento de notar el roce con un cuerpo tangible de masa blanda a través del cual se perfilaban las formas de unos brazos y unas garras alargadas.
No quiso mirar atrás, corría desaforadamente y al límite de sus fuerzas escuchando el eco de su respiración entrecortada brotando de sus entrañas pero los gritos de ella, cada vez más lejanos parecían perseguirle obsesivamente, envolviéndole a cada zancada que daba y dispersándose en la atmosfera de modo que su origen parecía hallarse ubicado en todos los lugares y en ninguno a la vez. Cuando dejó de correr, cayó al suelo ahogado y sin resuello y permaneció allí acurrucado mientras un torbellino de pensamientos y de sensaciones inconexas le sumergían en las negras aguas de un profundo pozo negro.
Pero ahora se hallaba nuevamente allí, esperando bajo la lluvia cálida, y mientras esperaba: otro trueno intenso restalló arrancándole un nuevo lamento a la bóveda celeste y se desparramó en docenas de ramificaciones incandescentes, pero su luz no se extinguió como las veces anteriores sino que se condensó en una multitud de bolas resplandecientes que flotaban a su alrededor moviéndose en círculo a una velocidad creciente. Cuando el giro espiral y vertiginoso de las esferas se convirtió en una línea circular, estas se fundieron en una sola esfera palpitante y blanquecina que permaneció inmóvil delante suyo al tiempo que aumentaba de tamaño, perfilándose lentamente hasta ir adquiriendo forma: primero apareció la silueta, después fueron definiéndose los rasgos, los ojos, los labios, el pelo: era ella y había regresado; esto significaba que el tiempo, así como los estados de la materia, el sucio hoyo y la tierra pestilente no significaban nada; era posible superar y trascender todas las limitaciones de la propia existencia para fundirse con las energías que mueven los flujos de la creación, escapar a la muerte y habitar un cuerpo sutil e imperecedero.
Lleno de júbilo, se lanzó sobre ella envolviéndola con su abrazo, sintió su aliento cálido junto a su boca, ese mismo impulso guió sus labios hacia los de ella. Cuando, instantes más tarde, sintió la presión creciente de aquellos colmillos hundiéndose en su cuello: un cálido revoltijo de sangre succionada removió todo su interior; para él, fue una sensación vagamente placentera, era como vivir los instantes previos al sueño, un sueño tras el que se vislumbraba el horizonte difuso de la inmortalidad.

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