Muerte de un gato


-¿Qué hora es?
No lo sé ni me importa, antes vivía siempre pendiente de las horas, ahora todo aquello es como una pesadilla para mí. Pierdo la noción de todo, el silencio es cada vez más denso y pesado y siento como si mis nervios quisieran estallar cada vez que oigo las manecillas del reloj. Los pensamientos parecen golpearme y con las manos me oprimo nerviosamente las sienes. No quiero pensar ni oír ni sentir pero los minutos continúan pasando lentos y monótonos, angustiosos; son los últimos minutos de un condenado a muerte. Es inútil intentar contarlos, es inútil intentar nada…
Durante los primeros días, solía mirar la calle; era inevitable no apartar la vista de aquel tramo de avenida en cuya dirección apunta la ventana. A veces, desde esta altura solía distinguir algunos viandantes cuya conducta destacaba sobre las demás, algunos parecían montar guardia frente al edificio, caminando arriba y abajo sin ir a ninguna parte en concreto y todo aquello me pareció divertido al principio. Ahora ya sé que no saldré de aquí si no es con los pies por delante. Esto al menos, debería tranquilizarme, ahora al menos, ya sé lo que me depara el destino.
Repentinamente me desplomo sobre la silla y oculto el rostro entre las manos. Estoy llorando como un niño ¿Una pausa en mis pensamientos y en mis dudas? No: son los recuerdos que empiezan a aflorar, abriéndose camino a través de mi mente.
La caja de cartón fue introduciéndose con dificultad en el hueco que había sido excavado en la tierra. Yo estaba arrodillado frente al agujero mirando entristecido a la caja, dentro de la cual yacía mi gato; era una caja de zapatos anudada con una fina cinta de tela en cuya parte superior podía leerse: “tigre”.
La tierra comenzó a cubrir la caja cayendo sobre ella en pequeños puñados.
Tigre siempre había sido un gato rebelde y juguetón; era como un gran gato salvaje que se alteraba con cualquier sonido, parecía estar siempre huyendo o al acecho, no era consciente de los riesgos al cruzar la calle y cuando desapareció bajo las ruedas de aquel coche, yo no quise mirar, como tampoco quise mirar en el momento en que aquel hombre recogía sus restos para introducirlos en una caja de cartón.
Meses después, pude ver como mi madre moría lentamente, víctima de una extraña enfermedad que la fue devorando en su lecho y yo quise estar a su lado durante todo ese tiempo. Ahora empezaba a comprender la triste realidad de mi entorno, y esta parecía revelarse ante mis ojos en toda su dimensión: los seres queridos no pueden permanecer para siempre con nosotros como quisiéramos y tarde o temprano, debemos estar preparados para decirles adiós.
Durante aquellos días, solían ser frecuentes las idas y venidas de aquellos hombres que hablaban como si estuviesen siempre preocupados. Cuando llegaba una visita, todo se detenía y transcurrían las horas en una calma tensa. A veces, mi padre solía llevarles hasta una habitación y se encerraba con ellos durante varias horas, otras veces los veía reunidos alrededor del salón, hablando con un cierto nerviosismo. Yo no entendía nada, pero en mi lógica infantil, algo me decía que en aquel reducido espacio se estaban tratando temas muy importantes y que mi deber consistía en permanecer callado.
Transcurrieron varios días y llegaron otros hombres, unos de ellos era viejo y parecía alguien importante, ya que mi padre se inclinó para besarle la mano, acto seguido le ofreció un sillón para sentarse y permaneció frente a él, escuchándole con atención. Yo seguía sin comprender lo que hablaban, pero esta vez, mi padre me había pedido que permaneciera quieto y callado, y me lo dijo con expresión muy seria, por cuya razón, adiviné que aquella no era una reunión como las demás.
Unos días más tarde, mi padre no cesaba de hablar por teléfono, parecía más preocupado que de costumbre y caminaba de un lado a otro con el auricular en la mano, gesticulando con nerviosismo: decía que le habían vendido y no cesaba de repetirlo. A esto siguieron unos días marcados por un tenso compás de espera: mi padre permanecía sentado en silencio, sin hablarme, hasta que se olvidó de preparar la comida, tan solo miraba fijamente la entrada, inmóvil y boquiabierto, sentado en aquella silla frente a la puerta como esperando lo inevitable.
Un día se abrió bruscamente la puerta y aparecieron varios hombres; los tres que irrumpieron primero empuñaban armas cuyos cañones brillaban en la penumbra, después entró el viejo situándose detrás de ellos, los que habían entrado primero parecían obedecer las órdenes de este último. Mi padre miraba con expresión ausente hacia aquellos rostros implacables, pero sus ojos permanecían inmóviles. La casa se inundó de destellos. Vi a mi padre agitarse entre convulsiones hasta que quedó inmóvil y al cabo de un rato comenzó a manar un hilo de sangre a través de su boca, luego comenzó a doblarse sobre sí mismo, y acabó desplomándose contra el suelo. Yo no podía apartar la vista de aquellos hombres ni de aquel viejo cuyo rostro implacable no cesaba de sonreír. Uno de los hombres que acompañaban al viejo preguntó:
-¿Qué hacemos con el niño?
El viejo me miró con expresión burlona, yo tampoco podía dejar de mirarle, mis ojos no se apartaban de aquel rostro demacrado que me sonreía desde lo alto: se inclinó, acariciando mi mejilla y susurró:
-Buen chico: así callado vivirás más años.
Los hombres se miraron entre ellos y rieron. Lentamente caminaron hacia la puerta y desaparecieron.
Con los años: comprendí que debía aprender a cuidarme solo, puesto que nadie lo iba a hacer por mí. La universidad nunca llegaría, el resto de los chicos tenía su paga semanal y yo por no tener, no tenía ni una familia de acogida. Al salir del orfanato, comprendí que tenía que conseguir un trabajo y ser independiente, no podía sacar a pasear a las chicas ni ir al cine; no podía hacer nada, tenía que hacerme respetar, era un reto para mí.
Me uní a aquella pandilla por que admiraba a aquellos chicos; no tenían que inclinarse ante nadie y el dinero parecía lloverles del cielo, eran símbolos y yo quería parecerme a ellos.
Más tarde, me volví loco con mi nueva vida, no me importaba si obraba mal, me sentía como un líder por primera vez en mi vida, la pandilla era mi familia, los otros chicos nos temían y cuando queríamos algo, lo cogíamos sin más.
Durante aquellos primeros años, todo parecía fácil; la vida me sonreía mostrándome la mejor de sus caras, aún no se había sacado la máscara.
Sidney, Heatcliff y yo éramos los tres mosqueteros, habíamos jurado que nada nos separaría y que allá donde fuera uno, irían todos, pero desde aquella tarde, íbamos a ser propiedad de Don Francesco, creíamos haber sopesado esta decisión con detenimiento, las cosas se estaban poniendo difíciles allá afuera, las bandas se disputaban la calle y había mucha competencia. Don Francesco era un hombre respetado y tenía fama de implacable, pero cuando estuve frente a él por primera vez, solo ví a un hombre sencillo sentado tras una larga mesa de despacho sobre la cual podían verse las fotos de sus nietos, no era una imagen severa ni intimidatoria, aunque sorprendía su rectitud, a todas luces fingida. Le acompañaban sus tres lugartenientes: Bruno, Pirandello y Escalante, arropándole con su presencia como tres perritos falderos…éramos los tres mosqueteros y así lo veíamos todo; en ningún momento se nos ocurrió pensar que pudiéramos estar allí para pedirle protección, éramos nosotros quienes habíamos venido allí para ofrecerle nuestros servicios, con todo, debíamos permanecer callados y fingir que le prestábamos atención; era un trámite, un paso previo y obligado.
-Hasta este momento, habéis subsistido con pequeños robos; habéis venido hasta mí para que os convierta en hombres respetables y eso está bien: yo empecé así. ¿Queréis dejar la calle verdad?: pues así lo espero porque en este negocio que dirijo, no hay lugar para rateros ni maleantes. Respeto y gratitud, eso es lo que pido a todo aquel que trabaja para mí, quien me la hace, me la paga: traicionadme y estáis muertos…
Entonces, apareció Carlotta…
Aún pienso mucho en ella y es inevitable: Carlotta era una mujer rubia, de cabello largo y peinado a un lado de la cara y grandes ojos de un verde brillante, tenía el rostro redondo y ovalado, la nariz recta y fina, la boca de labios intensamente rojos y los pechos altos.
Aunque me sentí atraído por ella desde el primer momento, no necesité ir a buscarla sino que fue ella quien vino hacia mí. Carlotta era también propiedad de Don Francesco, su adquisición más valiosa.
Ella tomó la palabra rompiendo el silencio de nuestra primera cita, tres o cuatro minutos más tarde, nos enfrentábamos en su terreno.
Yo no pensé venir, esta es la verdad pero a Don Francesco se le ocurrió la idea de darme la noche libre así que…
Su voz era un susurro; un suspiro cálido. Ignoro como ocurrió, pero casi sin darme cuenta, la tuve entre mis brazos jugando bajo la tela de su vestido y bajo mis pantalones, durante unos segundos, noté el fuego de sus labios sobre los míos: hundió su boca en la mía y mordió mis labios, desabrochó su blusa poniendo al descubierto sus pechos desnudos, besó mi cuello con su lengua y tirando hacia fuera de mi ropa que se iba desprendiendo a punto de romperse, fue conduciéndome hasta la habitación.
Cuando cruzó el umbral de la puerta, ella se había quitado la blusa, tenía los labios crispados y ahora sus manos frenéticas la estaban despojando de su falda. Caímos sobre la cama, ella debajo y yo encima, cubriéndola con mi cuerpo, pero cuando quise besarla de nuevo, todo el regocijo que antes hubo en sus ojos desapareció, de pronto, se hizo el silencio y el ruido desaforado de nuestra propia respiración se fue apagando gradualmente; noté que algo fluctuaba entre sus ojos entrecerrados y me aparté instintivamente de ella: estaba quieta, sentada de rodillas sobre la cama, sus ojos parecían escudriñar a través de mí. Dijo:
-Tengo un plan para nosotros.
-¿Qué clase de plan?: inquirí.
-Don Francesco me habló anoche de un golpe muy importante, al menos un millón en efectivo, yo podría convencerle para que te encargue a ti el trabajo.
Las comisuras de sus labios se curvaron dibujando una ligera sonrisa, de pronto, tuve un súbito atisbo; supe lo que iba decirme antes incluso de que lo insinuara, pero lo que no esperaba es que lo dijera de forma tan directa.
-Cuando tú y yo huyamos con todo el dinero, ya no necesitaremos más excusas para vernos a escondidas…
Yo paseaba de un lado a otro dándole vueltas a mi cabeza y mi vista recorría la habitación una y otra vez, fue en aquel momento cuando ella, volvió a mostrar su lado más sensual: dedicándome una mirada que habría derretido el hielo, prosiguió:
-Vamos: ¿Qué dices? ¿No te gustaría poder hacértelo conmigo siempre que quieras?
Había logrado convencerme, y al día siguiente: Sidney, Heatcliff y yo estudiábamos la jugada, dudas e incertidumbres flotaban en el aire como una marea creciente, de desconfianza.
-Os lo aseguro: dije, repitiendo el mismo discurso una vez más con la intención de calmar los ánimos-Podemos hacernos ricos, además, es pan comido: nos mezclamos con los demás trabajadores al entrar en la fábrica, una vez dentro, nos dirigimos al pabellón de contabilidad donde se estará llevando a cabo el recuento mensual de nóminas, todo el dinero estará encima de la mesa: montones de billetes alineados esperando que llegue alguien y los adopte, sólo tenemos que cogerlos.
Hubo un lapso de silencio:
-¿Has hecho cuentas?: preguntó Sidney.
-Podemos ganar un millón limpio: respondí.
-Eso repartido a partes iguales, son trescientos de los grandes para cada uno, y todavía quedan otros cien.
-Ya veo que sabéis hacer cuentas: intervino Heatcliff-Pero no habéis reparado en los riesgos: se trata del dinero de Don Francesco…
-Vamos…: rezongué-No iréis a echaros atrás por eso, ya hemos hablado antes de los riesgos y creo recordar que había quedado todo claro, además: hemos salido de situaciones peores…
Sidney estaba sentado en el centro y parecía pensativo. De pronto, se levantó y dijo:
-¿Olvidas que Don Francesco tiene espías por todas partes? cuenta con amigos influyentes en el ayuntamiento y entre la policía.
-Es posible: aduje-Pero tenemos una oportunidad, si actuamos rapido, habremos cruzado la frontera antes de que se den cuenta.
Estábamos todos en silencio pues al parecer, ya no quedaba nada por decir; la infamia de mi traición, no había llegado ni a sospecharse. Quise añadir algo pero Sidney me hizo callar con un gesto, acto seguido, se levantaron y extendieron sus brazos hasta juntar sus manos en un gesto simbólico que habíamos adoptado como seña de identidad.
Heatcliff se volvió hacia mí y dijo:
-Vamos: junta tu mano con las nuestras: somos los tres mosqueteros ¿No te acuerdas?: allá donde va uno: vamos todos… 
Llegó el día acordado y yo me encontraba al volante del coche que estacionó frente a la fábrica; conmigo iban Sidney y Heatcliff. Al principio, todo fue como la seda: nos internamos en la fábrica mezclados con los trabajadores y apenas entrar allí, torcimos hacia el pabellón adyacente a la factoría y subimos las escaleras que conducían a la oficina de contabilidad.
Entrar allí no fue difícil, de hecho, nos parecían estar esperando con todo el dinero encima de la mesa: tras encañonarles y arrinconarlos a todos contra la pared, sacamos las bolsas y limpiamos la mesa de billetes, la operación, apenas había durado unos minutos, todo había parecido muy fácil; demasiado fácil quizás. Una vez a salvo, decidimos seguir con  el plan previsto: habíamos acordado separarnos, yo me quedaría con el dinero y nos volveríamos a reunir transcurridos varios días para fijar el reparto. Pero el día nunca iba a llegar, iba a reunirme con Carlotta y nos fugaríamos con todo; ellos confiaban en mí y yo iba a traicionarles, pero lo más terrible de todo es que no sentía ningún remordimiento por ello.
Ella me esperaba en un bar de carretera con su coche: introduje las bolsas en el maletero de su vehículo y nos volvimos a separar para no despertar sospechas, el siguiente punto de reunión era ese motel cerca de la frontera desde donde partiríamos para iniciar una nueva vida. Allí la estuve esperando en vano, bañado en sudor y con una nube de mosquitos revoloteando a mi alrededor, creí que iba a volverme loco, Carlotta no llegaba y yo daba vueltas y vueltas maldiciéndola y maldiciéndome a mí mismo por mi ingenuidad hasta que un amanecer, sin sueño, advertí que algo iba mal. Me levanté de la cama y asomándome a través del visillo de la ventana, pude ver como empezaban a llegar coches de policía distribuyéndose a lo largo y ancho de toda la zona de aparcamientos. Me vestí a toda prisa y traté de escabullirme por la salida trasera, pero apenas asomé la cabeza, fui recibido por un rugido de proyectiles; aquello era una encerrona en toda regla, pero tenía suerte porque la parte trasera del edificio daba a un callejón estrecho, salí de allí todo lo rápido que pude y salté la valla metálica que daba al callejón sin recibir un solo rasguño, pero en el otro extremo, me esperaba un laberinto de paredes y cercados de madera, recorrí varias decenas de metros volcando bidones de escombros y tropezando con todo tipo de obstáculos hasta que salté la última valla, yendo a parar al otro lado de la calle, los coches de policía seguían llegando de todas partes y decidí aprovechar la confusión reinante para apropiarme de uno de los coches que había allí aparcados y escabullirme entre el resto, pero alguien debió reconocerme a través de la ventanilla y volvieron a abrir fuego contra mí; el tiroteo fue intenso y sin interrupción; en el transcurso de unos instantes, la atmósfera se transformó en una lluvia de plomo; el fuego venía velozmente a mi encuentro pero el automóvil seguía rodando prodigiosamente a lo largo del pavimento, deslizándose como un pájaro ahuyentado por el fuego. Las balas desmenuzaron los cristales de las ventanas, la tapicería y el relleno de los asientos, este saltaba como las plumas en un gallinero alborotado y la carrocería del Sedán, parecía hallarse bajo una lluvia de tuercas y tornillos que arañaban estridentemente la chapa y la agujereaban, como si una boca gigante lo estuviese masticando.
Corrí hacia la escalera, subí los escalones de dos en dos y ya en el pasillo, continué corriendo hasta la puerta del despacho que abrí de un empujón. Don Francesco no se movió de donde estaba sentado detrás de su mesa ni sonrió cuando me vio entrar, sólo dijo:
-Adelante, pasa: te estábamos esperando.
Lo hice cerrando la puerta a mi espalda. No estábamos solos: detrás de mí estaba Pirandello y frente a mí, estaban Bruno y Escalante, había una expresión burla manifiesta en sus ojos y estos sonreían malévolamente como anticipándose a mi rabia, y como si supieran de antemano lo que iba a decir.
-¡Sucio estafador!: mascullé-¡Es usted un enfermo!
Me miró y yo no supe entender su mirada; sonrió con sarcasmo y dijo:
-Así es: soy un sucio estafador ¿Cómo crees que he llegado hasta aquí? yo fui quien dio el soplo a la policía, y lo hice pensando que os cazarían de inmediato, pero fallé… esos malditos irlandeses nunca aprenderán a hacer su trabajo. En fin: no existe el plan perfecto, pero a cambio de casi nada, he hecho amigos entre la policía y me he quedado vuestro botín: hicisteis el trabajo sucio por mí y ahora yo, tengo las manos limpias ¿Qué más puedo querer?
Hizo una pausa y prosiguió:
-¿Quieres saber dónde está el dinero?: pregúntaselo a tu amiga, puede que Carlotta sea una puta pero es mi puta. ¿Creías que habías hecho una conquista? ¿Cómo te las has arreglado para llevártela a la cama? ¿Alguna vez te has parado a pensar?: nadie da nada por nada, ya deberías saberlo…
Fue curioso como esta última frase había calado en mis oídos. Sonrió una vez más y prosiguió:
-¿Quién lo iba a decir verdad? el gran seductor de mirada irresistible ¿Quieres saber lo que dice Carlotta de ti?
-¡Basta ya!: grité
Se reclinó en el respaldo de su butaca, seguro de sí mismo y estalló en una sonora carcajada.
-Sidney y Heatcliff están ya bajo tierra, pero míralo por el lado positivo: tú no tardarás mucho en hacerles compañía, y mejor será que vayas pensando en cómo explicarles tu traición… cuando te los encuentres en el otro mundo aunque ya lo sé: fue por una mujer ¿Verdad? ¡En mis tiempos, la amistad era un vínculo sagrado! ¿Dónde os crían a los jóvenes de hoy en día?...Vinisteis hasta mi casa mendigando, pidiéndome trabajo, pero yo sabía que ibais a aprovechar la mínima ocasión para engañarme: llevabais este mensaje impreso en vuestros ojos de pardillo. Tres tipos duros y curtidos en la calle… ¡Tres perros abandonados!
Él no dejaba de hablar, y yo me iba poniendo cada vez más nervioso: sus palabras bailoteaban en mi mente, los hechos se estrellaban contra mi cabeza removiendo mi cerebro, el rostro acartonado que tenía frente a mí, comenzó a difuminarse y a través de él, creí ver a ese viejo que me miraba, riéndose desde lo alto tras haber ordenado matar a mi padre. Entonces, creí verlo todo claro…
Escalante pareció captar mi nerviosismo e hizo el ademán de introducir la mano en el bolsillo de su americana, entonces me lancé sobre él y le alcancé, justo al oír un grito de aviso detrás de mí.
Nuestros cuerpos rodaron por el suelo pugnando por el arma hasta que su cuerpo quedó debajo en una de las vueltas: podía oír a los otros, como en sueños y nebulosamente vi como me rodeaban al objeto de golpearme por la espalda. Hice un último esfuerzo para quitármelo de encima y en aquel momento, el arma se disparó: el fogonazo me cegó y el cuerpo quedó fláccido entre mis brazos.
Me lo quité de encima y con la pistola en la mano abrí fuego: Bruno se vio lanzado contra la pared cuando la pesada bala le golpeaba en la cabeza y Pirandello giró sobre sí mismo empuñando su arma y disparando mientras era alcanzado en el pecho y luego en la espalda, el clamor de sus disparos llegó tarde y fue un acto reflejo que perforó el techo y las paredes antes de caer muerto.
Cuando me levanté, volví a ver a aquel viejo mirándome inmóvil, pero ahora, su rostro se había vuelto lívido: se llevó la mano al pecho, fingiendo quizás que estaba sufriendo un ataque, levanté de nuevo el arma apuntándole y dije:
-Vamos: vuelve a reírte ahora…
Sus ojos estaban fijos en el cañón humeante del arma, la frase de súplica que aleteaba en su boca se quedó en su interior mientras terminaba de vaciar el cargador sobre él.
Carlotta despertó cuando me oyó entrar, un sueño inquieto y repleto de fantasmas había dejado huella en su rostro y a medida que me acercaba, notaba el deseo insano de tirar hacia abajo la sábana que la cubría para ver su cuerpo desnudo por última vez, pero me contuve.
Permaneció callada mientras me acercaba, como tratando de refugiarse en el silencio y cuando estuve frente a ella, las lágrimas inundaron su cara, aferrándose a la sábana que la cubría, comenzó a encogerse, replegándose sobre sí misma. Más tarde, al inclinarme sobre ella, sus labios se articularon balbuceando entre sollozos.
-Yo…yo no quería hacerlo, ellos me obligaron…
No le dejé decir nada más: una bofetada la proyectó contra la pared y antes de que se recuperara: otro golpe seco la arrojó contra el suelo; un gemido sordo brotó de su boca al caer. Intentó encaramarse a mis piernas, sujetándome las rodillas, pero otra patada la volvió a arrojar contra el suelo, luego se alejó gateando hasta el otro extremo de la habitación y la paré justo cuando intentaba refugiarse en el cuarto de baño, entonces pude percibir su aliento jadeante, sus pechos desnudos colgaban como dos músculos tensos que soportaran un gran peso.
Lentamente, fui acercando el cañón de la pistola hacia su cabeza y mientras lo apretaba contra su sien, vi como alzaba su rostro para mostrarme la incontenible palidez de la muerte bañando sus facciones, su tez  fría temblando convulsivamente y sus ojos abiertos y suplicantes. Acaricié el gatillo del arma intentando apartar de mi vista su rostro y en ese instante, un ruido atronador taladró mis oídos mientras mi rostro era salpicado por una lluvia de gotas color rojo carmesí. 
Y aquí estoy, dando vueltas alrededor de una habitación que se ha convertido en mi celda, desearía aprovechar hasta el último segundo de vida que aún me queda, tal vez por esta razón, voy de un lado a otro como un animal enjaulado, porque eso es lo que soy después de todo: una bestia acorralada.
El reloj avanza inexorable, el silencio es cada vez más pesado y lúgubre, miro a mi alrededor, quisiera saber si está amaneciendo o si es todavía de noche, pero es imposible saberlo con las persianas echadas. Me acerco hasta la ventana, el sudor cubre mi cara y mi cuerpo y según tengo entendido, no hace calor. Más tarde, se oye una detonación, seguida por un ruido de astillas saltando, van a entrar en la habitación y yo no tengo ninguna salida a no ser que salte a través de la ventana…visto así no parece mala idea; prefiero saltar antes de que me cacen, porque si lo consiguen, es probable que no se conformen sólo con matarme. No lo puedo pensar más: voy hacia la ventana, retiro la cortina y la intento abrir sin conseguirlo, no logro dar con el mecanismo de cierre…De pronto, los cristales saltan por los aires, las balas silban a mi alrededor, una de ellas pasa rozando mi cara y me arranca media oreja, siento un dolor punzante y desgarrador y el tacto húmedo de la sangre que fluye libremente por la mejilla, pero ahora ya tengo la ventana abierta. Mientras me encaramo a ella, oigo voces gritando a mis espaldas, los disparos han cesado, pero ya no puedo echarme atrás.
Noto una fuerte presión comprimiéndome por dentro mientras mi cuerpo se precipita a través del vacío, veo la acera, la gente y los coches acercándose a una velocidad vertiginosa, las dimensiones cambian a medida que me acerco a mi destino y lo que antes era pequeño, ahora parece inmenso, el gris de la acera lo envuelve todo, de súbito, todo se torna negro.

Comentarios