La risa


Melanie oyó la carcajada proveniente del piso de arriba y se levantó dando un respingo del sillón, su primera reacción fue la de abandonar la casa y echar a correr pero algo la contuvo, tenía que subir y averiguar quién se estaba riendo de aquella manera, pensó, tras permanecer allí, de pie, inmóvil durante varios segundos congelada por el pánico.
La escalera estaba metida en un reducto estrecho y encajada entre dos paredes. Sintió un profundo estremecimiento cuando comenzó a subir los escalones que conducían al piso superior; iba deprisa, como si una fuerza invisible la empujara por detrás pero a mitad de la escalera, al oír más de cerca aquella risa, creyó que iba a enloquecer. Un pánico atroz se estaba apoderando de ella.
De los veinte peldaños, ya había subido quince; uno a uno fue subiendo cada vez más lentamente mientras contenía el aliento: faltaban dos peldaños, allí pudo escucharlo con total nitidez: era la risa del loco, eran las carcajadas de cuando termina el pensamiento y empieza la locura.
Por fin llegó arriba, una vez allí, comprobó que las risas provenían de la habitación del fondo, aquella que Rex solía utilizar como despacho, tuvo que pegarse a la pared para no desmayarse, trató de serenarse, de pensar con calma, una calma imposible en aquellos instantes, pero de algún lugar debía extraer el coraje que necesitaba para continuar; sabía que Rex estaba muerto y que los muertos no pueden regresar, era una ley natural, pero aquella risa…no parecía provenir de este mundo; era como si algo o alguien hubiese emergido desde el propio infierno para burlarse de ella.
Dio las luces del corredor y comenzó a avanzar a través de él. Ya estaba más cerca de la puerta, entonces cesó la risa bruscamente, las carcajadas dejaron de sonar y el silencio que siguió se le hizo más aterrador todavía. Ya solo era posible percibir el ruido de sus propias pisadas sobre la madera; el leve crujido de unos pasos avanzando con cautela hacia la puerta tras la cual se ocultaba el misterio.
Rex había estado bebiendo durante casi toda la noche; bebía y reía sin parar, pero además, tenía esa forma de reír obsesiva que a ella le provocaba escalofríos. Esperó pacientemente a que se marcharan todos los invitados y cuando quedaron solos los dos, fue cuando ella aprovechó para verter aquel veneno en su copa, la última de la noche como solía decir él, aunque esta vez iba a ser la última de todas.
Sin comprender aún lo que estaba sucediendo, sintió como todo daba vueltas a su alrededor y como sus piernas se negaban a sostenerle, sus ojos se agrandaron como si acabara de ser víctima de una horrible visión, la mano que sujetaba el vaso tembló chocando el hielo en su interior, trató de sujetarse al notar el primer desvanecimiento pero terminó de rodillas en el suelo. Su rostro estaba lívido. Melanie vio como trataba de decir algo, pero de su garganta solo brotó un murmullo ininteligible. Intentó reincorporarse en vano y terminó desplomándose definitivamente: quedó boca arriba, con los ojos abiertos y una bola de espuma manando de su boca.
Melanie le contemplaba sentada sobre la cama, aguardó nerviosa unos minutos que se le antojaron eternos hasta que con gran esfuerzo y venciendo suspicacias, se aproximó a él y se inclinó para aplicar su oreja al corazón de él. No escuchó el menor síntoma de vida aunque para asegurarse, le tomó el pulso, nada, ya no cabía la menor duda: estaba muerto.
Recientemente, él le había confesado que su situación financiera era deplorable y que subsistían gracias a una pequeña herencia pero que el tren de vida actual no podría prolongarse durante mucho tiempo.
-De todos modos, si a mí me sucediera algo: dijo-Ya me he asegurado de que tú no tengas que pasar privaciones: he suscrito una póliza de seguros estableciendo que en caso de producirse mi muerte o mi desaparición, tú serás la destinataria de todo.
Ya había cumplido la primera parte del trabajo, ahora llegaba lo más difícil porque debía manejar aquel cuerpo de ochenta quilos sin ayuda de nadie y hacerlo desaparecer sin dejar rastro, lo cual requería un esfuerzo que podía resultar sobrehumano para ella: una mujer que apenas sobrepasaba los cincuenta quilos de peso.
Sujetando a su marido por las axilas, comenzó a arrastrarlo para llevarlo hasta abajo, primero lo sacó de la habitación, luego atravesó el corredor y emprendió el descenso a través de la escalera, jadeando por el esfuerzo y siempre de espaldas. Bajó los cinco primeros escalones torpemente y mientras ella intentaba tirar con sus brazos hacia arriba, el peso del cuerpo que sujetaba la empujaba hacia abajo. Iba tanteando con sus talones la ubicación de cada peldaño antes de posarse sobre él, pero el pulso comenzaba a fallarle, poco a poco, iba notando como las fuerzas le abandonaban y pensó que si intentaba descender más rápidamente dejando de lado las precauciones, podría dejar el cadáver en el suelo y sentarse para descansar.
Bajó uno, dos, tres escalones más, haciendo acopio de fuerzas y librando un pulso desigual entre ella y el peso que sostenían sus brazos tensos y famélicos. Perdió el equilibrio, se tambaleó hacia atrás y comenzó a dar vueltas sobre sí misma, el cadáver de su difunto marido no tardó en darle alcance: fue como si una mole de cemento se desplomara encima de ella sepultándola, aplastándola como a un insecto.
Su cabeza había colisionado sucesivamente contra la balaustrada, la pared y el borde de los escalones y en uno de aquellos golpes, pudo escuchar como su cuello se partía con un crujido seco, de ramas secas al romperse. Lo último que vio fue el rostro de su marido pegado al suyo: era un rostro que se le antojaba gigantesco, que la miraba con ojos vacíos y cuyos labios se abrían fláccidamente para besar sus labios inertes. Entonces: la oscuridad se abatió sobre ella.
Por fin tenía la puerta frente a ella: tomó el pomo y lo hizo girar lentamente, este cedió y la puerta se abrió sin dificultad, ahora se encontraba en una estancia espaciosa, con una gran mesa de despacho y un sillón giratorio que estaba vuelto de espaldas a ella. Crispada, y con el corazón latiéndole violentamente: se acercó hasta el sillón y lo empujó levemente con la mano para hacerlo girar
Sintió como su mente emitía un silencioso alarido de horror al ver los rasgos de aquel rostro que le observaba desde la penumbra: era él y estaba allí, sentado en su sillón favorito con las manos cruzadas sobre su regazo y la cabeza apoyada en el respaldo: su mirada, su expresión y hasta su actitud eran las mismas que tantas veces había observado estando él en vida. Ella comenzó a retroceder hacia la puerta agitando su cabeza a derecha e izquierda. El miedo se adentraba en su mente y la enloquecía; se sentía como un ratón atrapado por docenas de fauces felinas.
-Algunas cosas son más divertidas que otras: dijo él esbozando una amplia sonrisa.-Pero: ¿Sabes lo que me hace reír en estos momentos?: tú.
-Estoy soñando: balbuceó ella mientras retrocedía chocando con los muebles que iba encontrando a su paso-Esto no puede ser real, cuando abra los ojos, despertaré y no recordaré nada…
-Me temo que no es así: rió él otra vez-Has vuelto a equivocarte.
-Entonces: titubeó ella-Has vuelto…
-En realidad no me he movido de aquí: respondió él-Al igual que tú, cariño: tampoco tú has salido de esta casa; llevo tanto tiempo observándote que todavía no logro entender como no puedes recordar nada.
-¿Recordar?: murmuró ella, casi jadeando-¿Recordar el qué?.
-Es igual: concluyó él con voz serena-Déjalo: ya lo irás recordando todo cuando estés preparada, pero por el momento: puedes ir acostumbrándote a mi risa porque tendrás que escucharla durante mucho tiempo…

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