La Maldición

Nadie podrá comprender los terribles sucesos de los que he sido testigo y protagonista y lo que es aún peor: temo que nadie llegue a comprenderme nunca…
Todo empezó cuando el bueno de Isaac daba de comer a sus perros, unos animales que le adoraban y que, inexplicablemente, le atacaron presos de tal ira sanguinaria que no se contentaron con darle muerte, también devoraron su cuerpo hasta dejarlo reducido a un montón de huesos que aún seguían royendo cuando los vecinos de alrededor, alertados primero por los gritos y los ladridos y después por los gruñidos que provenían del jardín de la casa, decidieron coger sus escopetas y acercarse para ver lo que sucedía. Quienes estuvieron allí y se vieron en la obligación de sacrificar a los perros, contaron a todo el mundo que aquellas bestias habían dejado de ser unos animales corrientes.
Este fue el comienzo, por aquel entonces, la gente del lugar tendía a mostrarse huidiza, esquiva y los raptos de cólera eran frecuentes, dando lugar a incontables episodios violentos que sucedían en el momento más inesperado y sin mediar causa aparente.
En el interior del pantano, existía una cabaña donde se destilaba licor, pero lo que nadie sospechaba es que ese whisky estaba envenenado y todos los que, eludiendo los reglamentos federales que prohibían el consumo de alcohol, bebían a escondidas para mitigar sus penas, fueron muriendo paulatinamente víctimas de terribles dolores. Yo mismo me sumé a la multitud airada que se adentró en el bosque con antorchas para prender fuego a la cabaña y juro que aún puedo escuchar los gritos desgarradores que brotaban de la cabaña en llamas.
Las gentes comenzaron a murmurar, se hablaba de una maldición, de una energía extraña que estaba tomando posesión de nuestras almas, apartándolas del buen camino. Pero a pesar del mal invisible que nos envolvía, la vida continuaba y yo tenía que ganarme el pan de cada día y por ese motivo, mi búsqueda de trabajo me condujo al viejo asilo, y fue en el  sótano de aquel mismo edificio, mientras intentaba arreglar la maltrecha caldera cuando fui sobrecogido por un grito espeluznante, un aullido ascendente, muy bajo en sus inicios pero que subió de tono hasta convertirse en un alarido penetrante y ensordecedor, me estremecí sacudido por un miedo insoportable que se prolongó aun cuando el aullido hubo bajado de tono hasta desaparecer por completo.
Superando mis temores, me acerqué a la trampilla de donde parecía haber brotado aquel sonido y con gran esfuerzo, logré retirar a medias aquella pesada tapa de metal oxidado para acercarme a mirar hacia su interior, y lo que el haz de mi linterna reveló ante mis ojos atónitos me estremeció aún más que aquella voz inhumana, no pude ver el fondo pues bajo aquella trampilla parecía abrirse una negrura sin límite, un abismo de tinieblas viscosas, de vacío y de vértigo y en el interior de aquella fosa moraba el ser que estaba manipulando nuestras mentes, alimentándose de nuestros miedos y debilidades y guiándonos hacia la destrucción. Salí de aquella casa temblando y sabiendo que había escuchado algo que a ningún humano le estaba permitido oír. Mi primera reacción fue dirigirme a casa del párroco con el deseo expreso de contarle todo el horror del que había sido testigo, suplicarle que hiciera demoler el viejo asilo y esterilizar la tierra con sal tras remover sus ruinas y taponar en lo posible la entrada que conducía a aquel abismo subterráneo, pero cuando estuve frente a él, me quedé en blanco y terminé confesándole un cúmulo de pecados menores de los que ni tan siquiera me sentía culpable. Cuando más tarde, llegué a casa, ya me había serenado; no quería que me tomaran por loco por lo que decidí esperar y volver al asilo al día siguiente.
Ojalá nunca hubiese regresado allí porque cuando volví a tomar consciencia de mis actos, estaba rociando con gasolina las resecas paredes de madera del asilo; a mí me correspondía hacer justicia divina y purificar aquellas tierras por medio del fuego. 
Eché a correr intentando no mirar hacia atrás, pero no lo conseguí, las llamas se extendían elevándose cada vez más y un resplandor rojizo comenzaba a envolver todo el edificio, fue entonces cuando escuché aquellos gritos desgarrados procedentes del interior de la casa en llamas, eran gritos de pánico y de dolor; de seres atrapados por las llamas…

Aquí termina mi historia, por ahora, el asilo ha ardido hasta los cimientos con todos sus ocupantes dentro, pero mi conciencia me dice que he obrado como un buen cristiano y aunque la justicia de los hombres haya decretado mi muerte, no les guardo rencor, sé que cuando lean estas líneas, comprenderán el motivo de mi acción y quizás, si queda algo de bondad en sus corazones, sabrán perdonarme.

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