La Isla


Como otros científicos, buscaba indicios que me permitieran ubicar el lugar escogido por el ser humano para fijar sus primeros asentamientos antes de expandir su presencia buscando el clima de los bosques templados; esto me llevó a un largo periplo a través de junglas y de islas remotas, hasta que: amparado por inversores privados, me vi de pronto al frente de aquel proyecto consistente en explorar un islote que no figuraba en los mapas de navegación, zarpé junto con mi equipo en lo que debía ser un viaje lucrativo y allí estábamos con el cometido de explorar el islote, catalogar su naturaleza y realizar un minucioso estudio topográfico del lugar.
Los primeros informes no eran muy alentadores: estos hablaban de un cuerpo rocoso, bordeado por escarpados montes y por un alto acantilado, lo que apuntaba hacia un posible origen volcánico y dejaba en el aire la posibilidad de que el lugar no tardara en volver a ser engullido por las aguas. Desembarcamos con todo el grupo expedicionario y al poco rato, éramos intrusos en un gigantesco montículo de aristas rocosas cuya antigüedad sugería la existencia de lagunas indeterminadas en los tortuosos avatares del tiempo. Sobrepasamos la cornisa con forma de cráneo que podía divisarse desde la lejanía y desde allí, pudimos apreciar los vapores que se arremolinaban en la orilla y las fosas que mutilaban la superficie dándole al conjunto un aspecto marcadamente árido, de superficie lunar, un gas tenue flotaba en la atmósfera y el suelo temblaba bajo la primera capa de roca. Una minuciosa observación del lugar nos condujo hasta lo que podía ser una profunda fosa cubierta de piedras achatadas y circulares pero cuya configuración sugería un posible origen artificial del enclave. Allí fue donde aunamos nuestros esfuerzos y parte de los recursos cedidos por las asociaciones en la ardorosa tarea de despejar la zona: existía una cavidad sellada por una primera capa de piedra y sedimento y para nuestra sorpresa y regocijo, este segundo obstáculo no era más que una barrera natural pues bajo el peso que la impredecible actividad sísmica había depositado sobre aquella superficie, existía un fondo firme y liso que bien podía tratarse de una losa.
Transcurrieron varias horas hasta que los martillos neumáticos lograron abrir una brecha lo suficientemente amplia como para permitir el paso de varias personas una a una llevando el equipo a cuestas. Nos dispusimos a emprender el descenso a través de aquellos escalones excavados en la roca, una presencia invisible nos anunciaba que nos encontrábamos ante las puertas de un hallazgo inusitado pero a medida que nuestras linternas iban iluminando el interior: este se revelaba ante nuestros ojos expectantes como una boca de largas galerías que hablaban de un pasado tan remoto que impregnaba de vértigo cada paso que dábamos.
Tras el último escalón, se abría una amplia sala con paredes de bordes redondeados cuyo techo recordaba vagamente la forma de una cúpula. En el centro de la sala, un agujero circular de unos dos metros de ancho nos hizo asomar nuestra mirada hacia una profunda fosa donde la luz de las linternas podía moverse libremente a través de un vacío de dimensiones imprecisas. Aquí fue donde debía entrar en juego el equipo de espeleología de modo que salimos de nuevo para recoger todos los utensilios necesarios para emprender el descenso y las bombonas de oxígeno con sus mascarillas correspondientes por si allá abajo, la escasez de aire podía determinar nuestro fracaso.
Cuando las poleas agotaron toda su longitud de cuerda, creíamos haber descendido al final de aquella cripta pero aún quedaba espacio por explorar en todos los ángulos donde no llegaba el destello pálido de nuestras linternas. Entonces, escuché un grito de exclamación que fue secundado por otros, lo que me hizo bajar la vista instintivamente y lo que vi, provocó que la cuerda que me sujetaba comenzara a oscilar a un lado y a otro descontroladamente.
Primero alcancé a ver sombras que parpadeaban intermitentemente iluminadas por la linterna de mi casco, luego vi los contornos de formas imprecisas y cuando cesaron los vaivenes, pude ver con relativa nitidez la imagen que había sembrado el asombro y la alarma entre mis compañeros de expedición: lo que yacía en el fondo de aquella fosa, era una masa, aparentemente amorfa de cuerpos hacinados unos contra otros, fundidos en un solo y enorme núcleo grisáceo y reseco, de donde brotaban docenas de cabezas cuyo semblante petrificado parecía mirar hacia arriba con expectación: me hallaba levitando literalmente sobre una tumba en la que reposaban los cuerpos resecos de una civilización extinguida.
Cuando desvié mi vista hacia los huecos imprecisos que fluctuaban a mi derecha, pude ver la enorme figura que parecía presidir la tenebrosa escena: un manantial fulgurante y silencioso de formas condensado en una obra escultórica tallada en madera, aunque la vistosa e ingente proliferación de ornamentos con que había sido revestida impedía determinar cuál era el material predominante. Las cambiantes sombras creadas por los haces de nuestras linternas imprimían trazos y fulgores de vida en aquella figura inerte, reanimándola de su pétreo letargo.
Desbordado por aquel torrente de sensaciones, casi no escuché lo que me gritaban desde arriba hasta que toqué el gancho de polea que había bajado hasta mi altura. Alargué la mano y esta se cerró en torno a la cadena pero el gancho siguió bajando y el contacto fortuito que produjo el metal al rozar la masa de materia petrificada que había debajo mío hizo que esta comenzara a descomponerse lentamente hasta quedar convertida en polvo.
El resto de la operación no planteó más complicaciones que las derivadas de atar una cuerda alrededor de la estatua y su extracción consiguiente procurando salvar a esta de cualquier golpe o rozadura. Posteriormente, llevamos a esta hacia una planicie donde habíamos improvisado nuestro campamento.
Mientras recogíamos nuestro equipo para llevarlo al barco, asomaba la luna semi apagada y cuando esta derramó su cárdeno resplandor a través de las nubes: el gris pálido de las escarpadas rocas adquirió tonalidades negruzcas y el cráneo que dominaba la isla parecía sonreír malignamente bajo sus cuencas vacías. Íbamos de aquí allá recogiendo nuestras cosas y la estatua parecía observarnos en silencio, de cuando en cuando, dejábamos de lado nuestra actividad para devolver la mirada al cuerpo inerte cuyos ojos brillaban como dos esferas luminosas.
Su expresión era casi irreal, su sensualidad me cautivaba por momentos y cuanto más la miraba, más miedo me infundía: era el misterio, la atracción hacia lo sagrado y hacia lo prohibido; una caótica mezcla de sensaciones dispersas y volátiles. Transcurrido un tiempo, creí ver como si la estatua se balanceara ante mis ojos, mientras tanto, una fuerza desconocida parecía estar anudando mis miembros, mi mente se inundaba de percepciones; solo podía intuir desde mi inmovilidad que mis compañeros también se hallaban en ese estado.
La estatua siguió balanceándose con un énfasis creciente hasta que ya no pudo mantener el equilibrio por más tiempo y se terminó desplomando sobre el suelo de roca. Yo me encogía con los ojos dilatados, fijos en ella y en sus formas; asistiendo impotente a la escena: aquella estatua comenzó a abrirse como un cascarón, crujiendo hasta que de su interior emergió una masa inconcebible de gelatina viscosa y humeante; una pulpa densa que se estiraba y enroscaba como un organismo vivo.
La cosa comenzó a dilatarse y a comprimirse generando burbujas que reventaban liberando un extraño líquido viscoso y de su interior emergió una figura flácida y amorfa; sería difícil transcribir en palabras lo que sucedió a continuación: fue una sucesión desordenada de transformaciones, de bultos que se hinchaban y estiraban dibujando el esbozo de un ser de miembros atrofiados y de huesos marcados a través de una piel anudada y membranosa. Mas tarde, el ser pareció adquirir luz propia, mientras: sus formas seguían mutando: unos brazos y unas piernas en proceso de formación, una cabeza redonda y diminuta al principio, después: el cuerpo comenzó a estirarse y su piel adquirió consistencia, luego fueron apareciendo las manos, los pies, y finalmente: los rasgos de la cara.
Lo que sucedió a continuación fue aun más confuso: creo que cada uno de nosotros salió corriendo en direcciones distintas a lo largo y ancho de la escarpada isla. Corría desaforadamente sin reparar en la accidentada configuración de aquel paisaje lo cual, sumado a la carencia de luz, no me permitió ver la profunda fosa sobre la que acabé precipitándome y comencé a rodar golpeándome con todas cuantas aristas y salientes iba encontrándome a mi paso. Cuando llegué al fondo, mi cabeza chocó contra la superficie dura del suelo y a ello siguió la negrura de un abismo succionador, frío y oscuro que me aisló temporalmente del dolor producido por los golpes.
Desperté lentamente entre convulsiones y al mirar a mi alrededor, vi que había comenzado a amanecer, lo cual me permitió verlo todo con claridad: estaba en lo hondo de una fosa escalonada y su profundidad era lo bastante considerable como para impedir mi ascenso a través de ella en mi estado pues notaba mi pierna derecha partida a la altura de la rótula junto con otras lesiones de diversa consideración alrededor de todo mi cuerpo. Los otros miembros de la expedición debían llevar horas buscándome y quizás, hasta la propia tripulación del barco se habría sumado a su búsqueda. Llevaba toda la noche inconsciente, pero ya casi era de día y no tardarían en encontrarme, circunstancia que alivió notablemente mi estado y contribuyó a mitigar los agudos e intensos dolores que me torturaban.
Al cabo de un rato: escuché los pasos de alguien que se acercaba y alcé mi voz en un grito desgarrado para llamarle.
Un sol pálido asomó en lo alto de la fosa para cincelar caprichosos destellos en la figura que se erguía sobre ella: era una mujer de inusitada belleza; su larga cabellera parecía flotar mecida por el aire, los primeros destellos de aquel sol matinal acariciaban sus pechos y su torso desnudo y teñían su piel de pálidos tonos cobrizos con nítidos destellos de fuego, pero fue la visión de sus ojos lo que más me cautivó: eran como dos esferas místicas que despedían un brillo profundo e hipnótico, mientras, mi corazón latía a una velocidad vertiginosa, mi cabeza y mi tronco parecían reventar bajo la presión de un bucle invisible que me oprimía, y aquella mujer seguía ante mí, inaccesible y cercana, portadora de una belleza serena y casi irreal, su piel brillaba con la misma claridad del Sol cuyos primeros rayos ocultaba a medias con su cuerpo, sus formas de superficies suaves, de armoniosa perfección, revelaban un espíritu libre y fugaz, y su mirada penetró en mi mente con tanta intensidad que a través de sus ojos, escuché su voz:
-Soy la última descendiente de una especie extinguida que llegó a dominar la naturaleza y el estado de la materia, pero las mismas energías que creíamos gobernar, terminaron sepultando mi pueblo bajo el polvo y la lava. En otros tiempos, fui reina y como reina fui sepultada, pero ahora, por vuestra culpa: deberé abrirme camino a través de un mundo que desconozco. Puedo decidir tu suerte y debería castigarte por haber profanado suelo sagrado y turbar mi reposo, pero no consiento la barbarie, por eso, dejaré que tú y tus amigos sigáis vuestro camino con una condición: asegúrate de que nadie revele nunca mi existencia, o de lo contrario: te perseguiré hasta el final de tus días. Ahora, prométeme que cumplirás tu palabra.
Quise responder pero mis labios parecían sellados. De pronto, escuché mi propia voz, como un susurro suplicante, tan desfallecido era su tono que yo mismo pensé que hablaba otra persona:
-Lo prometo…
Cuando terminé de decir esto, hubo un estallido de energía que aplastó mi cuerpo con tal fuerza que casi sentí los huesos de mis doloridas costillas clavarse en mis pulmones, creí que mi cerebro se agitaba en el interior de mi cabeza y fui cayendo en un profundo sueño; la negrura me envolvió por todas partes y sentí como si arrojaran mi cuerpo a través de un precipicio.
Atravesaba ángulos ajenos a cualquier espacio; estaba flotando entre líneas y curvaturas, sumergido en un mundo de formas abstractas con sus propias coordenadas espacio-temporales. Más allá de todo, se intuía la presencia de algo indefinido que parecía vigilarme; una entidad invisible y palpitante, tan antigua como el propio universo.
Hasta aquí, todo cuanto puedo recordar: cuando fui encontrado en aquel agujero, maltrecho y delirando a causa de una súbita fiebre, agitaba la cabeza a un lado y a otro, balbuceando incoherencias entre sueños. Supe que los demás habían acordado hacer tabla rasa y no mencionar a nadie lo sucedido en aquella isla, en cuanto a mí: aprendí a convivir con su recuerdo y durante meses, estuve llevando el sello lascivo de su presencia invisible impreso en mi mente; en ocasiones hasta creía verla en sueños, sensual y cautivadora, como una divinidad maléfica; fue un periodo de tiempo marcado por un recuerdo obsesivo que me acompañaba de día y de noche y que pesaba sobre mí como una losa. Pero el tiempo ha transcurrido y aquello que experimenté como algo real y tangible, ha ido perdiendo tonos e intensidad hasta adoptar paulatinamente la cualidad singular de una experiencia onírica; así es como funciona la memoria: somos selectivos en el momento de procesar los recuerdos y aquello que se aparta peligrosamente de lo real y cotidiano, es finalmente interpretado en clave simbólica pero: ¿Qué es la realidad, después de todo? 

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