La Gotera
Compartían la misma casa y aceptaban tácitamente todas sus diferencias, la vanidad de sus cuerpos jóvenes había sido sacrificada en espera de una boda que nunca llegó, culpables habían sido a ojos del patriarcado por su condición de mujer que nunca recogería el testigo del apellido familiar y por todos los condicionamientos inherentes a su género. Atrás había quedado la estrecha vigilancia de sus dos progenitores, las interminables visitas del párroco, el candado en el teléfono y los chicos esperando en vano bajo la ventana: todo aquello ya formaba parte del pasado, ahora vivían en la misma casa que les vio nacer y en la que habían fallecido sus padres no sin antes cederles la propiedad de la finca. Su casa, madera al cien por cien, era un edificio de estilo colonial con la distribución propia de una casa familiar de dos plantas, en el piso inferior se hallaban las dependencias de uso común: los baños, la cocina y el salón comedor y en la planta superior estaban las habitaciones, había también una pequeña buhardilla y un sótano que llevaban décadas en desuso.
La fragilidad de la madera y el escaso cuidado dispensado hacia ella durante los últimos años, habían convertido la casa en un espacio de goteras perpetuas, de paredes quebradizas y de suelos que crujían al caminar. Incapaces de sufragar los gastos que acarrearía una reforma a fondo de toda la casa, las dos hermanas habían optado por aislar aquel espacio de la casa en desuso e instalarse en el ala oeste por su orientación y por hallarse en mejor estado de conservación. Pagaban sus facturas y llevaban los gastos de la casa a medias, ya habían rechazado la idea de compartir sus vidas con ningún hombre, aunque era frecuente ver a cualquiera de las dos en brazos de algún acompañante ocasional con quien la más afortunada lograba pasar la noche y cuyo contacto solía perderse con la llegada del alba, pero cada vez pasaban más tiempo solas, es por ello que un perro al que Norma había adiestrado a conciencia, ayudaba a dispersar la atmósfera de tensión que pesaba sobre ellas durante las noches. Las dos hermanas, solían mantener su miedo en secreto, pero cuando caía la noche, los bosques colindantes se llenaban de formas intangibles y de sonidos indescifrables, era entonces cuando se abría la puerta de la habitación para que pudiera entrar el perro, y allí tendido sobre la alfombra, al lado de la cama, velaba celosamente el sueño de su ama.
En aquellas mismas fechas, Abigail, había logrado convencer a su hermana para que le permitiera trasladar su cama y sus cosas hasta la habitación de ella, aseguraba que en su habitación flotaban unas extrañas corrientes de aire que estaban consumiendo su salud.
Aquella noche, Abigail se había acostado unas dos horas antes que Norma y dormía profundamente gracias a las pastillas de las que se había hecho adicta. Norma se acostó tras ver el programa de variedades y no tardó en coger el rumbo de un sueño tranquilo, había apagado la luz y sabía que debía ahorrar electricidad para las emergencias.
Como si sólo hubiera transcurrido un instante, despertó dando un respingo, las manecillas fosforescentes de su reloj de pulsera le informaron de que habían transcurrido más de dos horas desde que lograra conciliar el sueño, pero había allí algo sumamente incordiante que podía erosionar su estado de ánimo y llevar al traste lo que prometía ser una noche tranquila, y ese algo no eran los ronquidos de Abigail, ya se había acostumbrado a ellos, ese algo era un incesante goteo proveniente del techo. Intentó recordar si había llovido aquel día y pese a no recordarlo con exactitud, pensó que si las goteras habían llegado hasta su habitación, quizás había llegado el momento de pedir un crédito al banco y acometer algún tipo de arreglo, aunque solo fuera en el techo.
Resignada, sacó la mano al exterior y comenzó a tantear buscando la ubicación del interruptor de la luz, por el momento, buscaría el origen de la gotera y colocaría un cubo debajo, pero lo que encontró fue el tacto suave y cálido de una gruesa melena. Casi al instante pensó en el perro que las custodiaba, era una suerte estar dotado de un pelaje así, ella en cambio, quedaría helada apenas hubiese retirado la ropa que la cubría. Entonces, sintió como si algo lamiera su mano, y esto la tranquilizó, bien pensado, no valía la pena levantarse con ese frío y recorrer toda la casa para traer un cubo hasta su habitación, esto sin duda, la desvelaría, esperaría hasta la mañana siguiente aunque hubiese que recoger un palmo de agua del suelo.
Esta vez, en su sueño, hizo su aparición un sabueso descomunal, un perro rabioso que corría hacia ella sin dejar de ladrar. Ella, inmóvil, había quedado como clavada en el suelo y solamente podía gritar, gritaba cada vez más alto mientras aquel monstruo saltaba hacia su cuello.
Nuevamente se despertó dando un respingo de la cama, pero esta vez, creía haber oído sus propios gritos en sueños, además, notaba un fuerte escozor de garganta, no cabía duda: había estado gritando como una posesa ¿Qué pensaría su hermana de ella? Aunque bien mirado, no había motivos por los que preocuparse, Abigail dormía como un tronco, no en vano se atiborraba cada noche de pastillas…
Una vez más, creyó notar como el perro lamía su mano que había quedado al descubierto y esto la tranquilizó notablemente, pero algo seguía goteando desde el techo…
El sueño y la fatiga le vencieron una vez más, pero su mente seguía alerta por lo que volvió a sumergirse en las aguas cenagosas de un sueño agitado, esta vez, creyó verse sola e indefensa ante hordas de seres deformes y de figuras extrañas y abominables formadas por materia putrescente que andaban entre espasmos, babeando y extendiendo sus brazos de largas garras hacia ella, sobre el suelo que pisaba, se agitaban miembros humanos desgarrados, separados casi del cuerpo, entonces comenzó a notar que le costaba avanzar, corría pisando la sangre y sintiendo como ésta le salpicaba; tenía que avanzar esquivando muñones sanguinolentos y brazos crispados agitándose, algunas de cuyas manos se agarraban a sus ropas
Todo seguía igual que antes en el momento de despertar, el mismo goteo incordiarte en medio de un completo silencio, la misma muestra de afecto por parte de su perro guardián y el profundo sueño en el que se hallaba sumida su hermana. En vista del panorama, decidió no seguir durmiendo por aquella noche, de modo que reincorporándose a medias en el respaldo de su cama, encendió la luz de la cómoda con la intención de sacar aquel libro del cajón cuya lectura había dejado a medias.
Lo primero que vio cuando la tenue luz de la lámpara iluminó la habitación, fue a su hermana hecha pedazos en el camastro. Cuando alzó la cabeza, vio la cabeza de su perro colgando de una cuerda que había sido atada a una de las vigas del techo, lo cual producía ese incesante goteo. Luego miró debajo y vio a un hombre de enorme melena acurrucado a un lado de su cama, no podía ver su rostro porque tenía la cabeza agachada: estaba a cuatro patas y gruñía imitando el sonido de un perro.
La fragilidad de la madera y el escaso cuidado dispensado hacia ella durante los últimos años, habían convertido la casa en un espacio de goteras perpetuas, de paredes quebradizas y de suelos que crujían al caminar. Incapaces de sufragar los gastos que acarrearía una reforma a fondo de toda la casa, las dos hermanas habían optado por aislar aquel espacio de la casa en desuso e instalarse en el ala oeste por su orientación y por hallarse en mejor estado de conservación. Pagaban sus facturas y llevaban los gastos de la casa a medias, ya habían rechazado la idea de compartir sus vidas con ningún hombre, aunque era frecuente ver a cualquiera de las dos en brazos de algún acompañante ocasional con quien la más afortunada lograba pasar la noche y cuyo contacto solía perderse con la llegada del alba, pero cada vez pasaban más tiempo solas, es por ello que un perro al que Norma había adiestrado a conciencia, ayudaba a dispersar la atmósfera de tensión que pesaba sobre ellas durante las noches. Las dos hermanas, solían mantener su miedo en secreto, pero cuando caía la noche, los bosques colindantes se llenaban de formas intangibles y de sonidos indescifrables, era entonces cuando se abría la puerta de la habitación para que pudiera entrar el perro, y allí tendido sobre la alfombra, al lado de la cama, velaba celosamente el sueño de su ama.
En aquellas mismas fechas, Abigail, había logrado convencer a su hermana para que le permitiera trasladar su cama y sus cosas hasta la habitación de ella, aseguraba que en su habitación flotaban unas extrañas corrientes de aire que estaban consumiendo su salud.
Aquella noche, Abigail se había acostado unas dos horas antes que Norma y dormía profundamente gracias a las pastillas de las que se había hecho adicta. Norma se acostó tras ver el programa de variedades y no tardó en coger el rumbo de un sueño tranquilo, había apagado la luz y sabía que debía ahorrar electricidad para las emergencias.
Como si sólo hubiera transcurrido un instante, despertó dando un respingo, las manecillas fosforescentes de su reloj de pulsera le informaron de que habían transcurrido más de dos horas desde que lograra conciliar el sueño, pero había allí algo sumamente incordiante que podía erosionar su estado de ánimo y llevar al traste lo que prometía ser una noche tranquila, y ese algo no eran los ronquidos de Abigail, ya se había acostumbrado a ellos, ese algo era un incesante goteo proveniente del techo. Intentó recordar si había llovido aquel día y pese a no recordarlo con exactitud, pensó que si las goteras habían llegado hasta su habitación, quizás había llegado el momento de pedir un crédito al banco y acometer algún tipo de arreglo, aunque solo fuera en el techo.
Resignada, sacó la mano al exterior y comenzó a tantear buscando la ubicación del interruptor de la luz, por el momento, buscaría el origen de la gotera y colocaría un cubo debajo, pero lo que encontró fue el tacto suave y cálido de una gruesa melena. Casi al instante pensó en el perro que las custodiaba, era una suerte estar dotado de un pelaje así, ella en cambio, quedaría helada apenas hubiese retirado la ropa que la cubría. Entonces, sintió como si algo lamiera su mano, y esto la tranquilizó, bien pensado, no valía la pena levantarse con ese frío y recorrer toda la casa para traer un cubo hasta su habitación, esto sin duda, la desvelaría, esperaría hasta la mañana siguiente aunque hubiese que recoger un palmo de agua del suelo.
Esta vez, en su sueño, hizo su aparición un sabueso descomunal, un perro rabioso que corría hacia ella sin dejar de ladrar. Ella, inmóvil, había quedado como clavada en el suelo y solamente podía gritar, gritaba cada vez más alto mientras aquel monstruo saltaba hacia su cuello.
Nuevamente se despertó dando un respingo de la cama, pero esta vez, creía haber oído sus propios gritos en sueños, además, notaba un fuerte escozor de garganta, no cabía duda: había estado gritando como una posesa ¿Qué pensaría su hermana de ella? Aunque bien mirado, no había motivos por los que preocuparse, Abigail dormía como un tronco, no en vano se atiborraba cada noche de pastillas…
Una vez más, creyó notar como el perro lamía su mano que había quedado al descubierto y esto la tranquilizó notablemente, pero algo seguía goteando desde el techo…
El sueño y la fatiga le vencieron una vez más, pero su mente seguía alerta por lo que volvió a sumergirse en las aguas cenagosas de un sueño agitado, esta vez, creyó verse sola e indefensa ante hordas de seres deformes y de figuras extrañas y abominables formadas por materia putrescente que andaban entre espasmos, babeando y extendiendo sus brazos de largas garras hacia ella, sobre el suelo que pisaba, se agitaban miembros humanos desgarrados, separados casi del cuerpo, entonces comenzó a notar que le costaba avanzar, corría pisando la sangre y sintiendo como ésta le salpicaba; tenía que avanzar esquivando muñones sanguinolentos y brazos crispados agitándose, algunas de cuyas manos se agarraban a sus ropas
Todo seguía igual que antes en el momento de despertar, el mismo goteo incordiarte en medio de un completo silencio, la misma muestra de afecto por parte de su perro guardián y el profundo sueño en el que se hallaba sumida su hermana. En vista del panorama, decidió no seguir durmiendo por aquella noche, de modo que reincorporándose a medias en el respaldo de su cama, encendió la luz de la cómoda con la intención de sacar aquel libro del cajón cuya lectura había dejado a medias.
Lo primero que vio cuando la tenue luz de la lámpara iluminó la habitación, fue a su hermana hecha pedazos en el camastro. Cuando alzó la cabeza, vio la cabeza de su perro colgando de una cuerda que había sido atada a una de las vigas del techo, lo cual producía ese incesante goteo. Luego miró debajo y vio a un hombre de enorme melena acurrucado a un lado de su cama, no podía ver su rostro porque tenía la cabeza agachada: estaba a cuatro patas y gruñía imitando el sonido de un perro.
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