La Dulce Sonrisa
Era culpable, así lo habían dictaminado antes incluso de llevarme a juicio. Sobre los despachos de la fiscalía se amontonaban las pruebas; docenas de documentos incriminatorios firmados de mi propio puño y letra: informes, planos, proyectos y mas proyectos: todos aquellos papeles habían pasado por la mesa de mi despacho y a todos ellos les había dado el visto bueno, pero yo seguía sin creérmelo: ¿Cómo había podido caer en semejante trampa? ¿Por culpa de la ambición que todo lo corrompe o debido a la ingenuidad de mi mente inexperta? Quizás debiera buscar las causas de esta situación en algo mucho más sutil y perverso: ¿Qué tal una simple sonrisa?...una sonrisa dulce y manipuladora de la voluntad ajena, esto pensaba yo mientras era conducido hasta la sala, escoltado por la policía y mientras era guiado hacia el banquillo de los acusados para escuchar toda sarta de calumnias que vertían en mi contra: primero llegó Andrea; la vi caminando a través de la sala con gesto comedido, sin apartar la vista del suelo: tras tomar asiento, comenzó el interrogatorio.
-¿Sabría decirme si el acusado se encuentra en esta sala…podría señalarle con el dedo delante de todos los presentes?.
-Sí: respondió al tiempo que me señalaba procurando que sus ojos no coincidieran con los míos-Es él.
El fiscal iba de un lado a otro caminando con lentitud y ademán reflexivo; de vez en cuando, cambiaba de registro y entonces aceleraba sus gestos variando el ritmo de sus frases, como si estuviera llegando a la conclusión final de un complejo axioma. Mi abogado apenas tenía ocasión para defenderme de los ataques, todo era muy coherente, sin lugar para las conjeturas, mientras tanto: Andrea iba mostrándole al tribunal detalles reveladores sobre mi vida que ayudaban sin duda a perfilar el lado oscuro de mi personalidad:
-Cuando Mario entró a trabajar en nuestra constructora, en seguida me di cuenta de que no íbamos a llevarnos bien con él: algunas veces tuvo pequeños altercados con el señor Harman, todo y que este hacía todo cuanto estaba en su mano por darle una oportunidad. Estando yo presente, a menudo le observé ausentándose de la oficina sin motivo alguno; solía usar el teléfono de su despacho para hablar con sus amigas y en varias ocasiones, al ser requerido por el señor Harman para recriminarle por su conducta desordenada, pude ver como este se ponía encarnado y se mordía los labios procurando conservar la calma mientras Mario le decía las cosas más insultantes. Mario no soportaba que le llevaran la contraria. Una noche, durante una cena de empresa, humilló al camarero porque según él, se había demorado mucho en traerle la sal, y lo hizo delante de todo el mundo.
Qué bien se te da mentir Andrea; te estás superando a ti misma…¿Recuerdas mi primera mañana en la oficina? tú llevabas aquella falda ceñida por encima de las rodillas y aquel escote, ibas a enseñarme mi despacho; yo caminaba detrás de ti con la mirada puesta en tus caderas, entonces te giraste para sonreírme. ¿Recuerdas?: sí; fue tal día como hoy cuando yo estaba en mi despacho analizando unos planos, entonces viniste tú y te sentaste encima de mi mesa, te inclinaste hasta que tu escote quedó a la altura de mis ojos; tú tenías esa costumbre cada vez que me traías papeles para firmar.
-El señor Harman quiere verte en su despacho ahora: deja lo que estés haciendo y ven conmigo.
-Ahora no puedo Andrea…esto es muy importante: tengo que corregir estos planos; creo que hay un fallo en la distribución de los materiales: el grosor de los cimientos no es el apropiado…
-Ya lo harás en otro momento: dijiste cogiéndome por la corbata y tirando de ella hacia arriba.
El señor Harman, impecablemente vestido, cruzó la sala y se sentó frente a mí, pero a unos metros de distancia. Los preliminares fueron los mismos, y algunos segundos mas tarde, alzaba su mano para señalarme antes de iniciar el recitado de los hechos.
-Mi relación con Mario siempre tuvo su desarrollo en el ámbito de lo profesional; necesitaba el visto bueno de un ingeniero antes de encargar la ejecución de los planos; nuestra constructora es de sobras conocida por los acabados y por la calidad de sus obras y en este terreno, no hay lugar para la improvisación, puede que mi error consistiera en haber confiado demasiado en él pero ¿Cómo podía yo saber que estaba malversando los fondos? Yo le había cedido plena autonomía para tomar todas cuantas decisiones considerara oportunas, prácticamente todo pasaba por su despacho: planos, informes, contratos, albaranes, recibos por la compra de materiales…nada se movía sin su aprobación. Cierto es que Mario tenía un carácter que le hacía una persona digamos: algo especial, pero eso a mí no me importaba demasiado; como ya he dicho antes: necesitaba saber que tenía ese frente cerrado.
Señor Harman: ¿Qué diría su anciana madre si le viera mentir de esta manera? eso no está nada bien…¿Recuerda aquella tarde en su despacho? ¿Qué ironía verdad?: tenía los planos de aquella casa sobre mi mesa cuando me hizo traer a rastras hasta su despacho, secuestrado por su secretaria; cuando llegué, usted se estaba poniendo la chaqueta y se disponía a salir: me dedicó una sonrisa de oreja a oreja y dijo:
Llevo observándole desde que ha llegado y…¡Diablos!: ¿Es que no descansa usted nunca?...bien: creo que usted y yo podríamos enseñarnos muchas cosas; yo, por mi parte: creo que tengo mucho que aprender de un hombre como usted porque ¿Sabe?: yo no tuve tiempo de estudiar; era el mayor de ocho hermanos y tuve que ponerme a trabajar desde muy temprano, por eso ahora, quisiera aprender de todo; ya sabe: cómo comportarse en la mesa, cómo hablar en público, cómo cortejar a las mujeres…vamos: acompáñeme, le mostraré la ciudad, y no se preocupe por el dinero: pago yo.
Harman y su singular sentido de la hospitalidad, con aquellos trajes cortados a medida y los abultados fajos de su cartera: noto que ahora me mira fijamente y sin pestañear, por primera vez desde que empezó todo, alguien se atreve a mantener la mirada; algo es algo, y considerando la situación, creo que eso ya es mucho. Todavía recuerdo la discusión que tuvimos en su despacho: estuve a punto de golpearle pero me contuve:
-¿Cómo que ya no tiene los planos aquí? espero que todo esto no sea más que una broma: sabe usted que la casa no se puede construir en esas condiciones. Por favor: dígame que no han falsificado mi firma…
Le vi sonriendo:
-Cálmese; no hay nada que temer, se lo aseguro, en cuanto a los planos: ya verá como se aclara todo; seguro que ha habido un malentendido.
-¡No me pida que me calme!: repliqué-Necesito ver los planos y los quiero ahora en mi mesa; exijo hablar con el arquitecto…
Vi que sus labios temblaban:
-Mi hijo no está aquí; ha salido para atender unos asuntos que requieren su presencia…
Fruncí las cejas y adopté un aire inquisitivo. Su mano se posó en mi hombro y prosiguió:
-Pero no se preocupe: mañana, si así lo desea, podrá hablar con él y decirle todo cuanto estime oportuno. Mejor aun: esta noche, nos reuniremos Andrea, mi hijo y yo para celebrar una fiesta ¿Desearía venir con nosotros?:
Y aquella noche, nos reunimos los cuatro: el hijo de Harman estaba de mal talante; era la primera vez que bebía y se puso de un humor insoportable, además, la comida estaba mala, lo cual no ayudaba mucho a mejorar las cosas, Andrea también bebió más de la cuenta y se puso a bailar encima de la mesa, yo también bebí; para qué negarlo: pero fue para contrarrestar el efecto de la comida; sea por lo que sea, el caso es que todos acabamos bebiendo demasiado; recuerdo que por alguna razón, me empeñé en beber champán en uno de los zapatos de Andrea y acabé empapado; tenía la vista nublada y había olvidado que ella calzaba sandalias.
A partir de aquella noche, nuestras relaciones comenzaron a enfriarse, el volumen de trabajo comenzó a menguar paulatinamente; fue como si hubiesen dejado de confiar en mí, y cuando: ante mi atolondramiento, recibí la carta de despido, tuve que conformarme con creer unas vagas explicaciones acerca de la supuesta mala racha que atravesaba la empresa. Cuando tiempo más tarde, trataba de aclimatarme a mi nuevo trabajo, recibí la notificación: había sido denunciado por ellos; ellos me habían denunciado a mí por estafa. ¿Qué ironía verdad? Supongo que a estas alturas, no es necesario aclarar que nunca volví a ver aquellos malditos planos…
-Distinguidos miembros del jurado, los hechos son los siguientes: dictaminó el fiscal con aire reverente-Tenemos a un hombre que no dudó en lucrarse poniendo en juego la vida de personas inocentes, que ordenaba edificar con materiales deficientes y sobre terrenos que no eran los apropiados, que falsificaba facturas, manipulaba documentos y creaba falsos proveedores para cuadrar las cuentas de unos gastos que luego se embolsaba sin el menor remordimiento.
Alrededor de doscientas cuarenta personas murieron sepultadas bajo los cimientos del edificio donde vivían; la casa que habían elegido para formar un hogar, acabó siendo su tumba: murieron mientras dormían; piensen en ello cuando vuelvan para reunirse con sus familias: ellos no tuvieron ninguna oportunidad y dondequiera que estén ahora, seguro que claman pidiendo justicia. Solicito por lo tanto la máxima pena para nuestro acusado.
Mientras escucho la sentencia, hay una imagen que se proyecta en el espacio: la de unos labios curvados en una sonrisa perpetua; la dulce sonrisa que ilustra palabras llenas de buenas intenciones; la expresión de unas caras tiernas y afables que ahora me acusan sin apenas inmutarse.
El resto es historia: a los pocos meses avanzaba por el largo corredor recibiendo las felicitaciones de mis compañeros reclusos que a través de los barrotes, alargaban sus manos hacia mí intentando darme aliento, lentamente fui llegando hasta la puerta y cuando esta se abrió, me encontré en un salón cubierto por mamparas de cristal y frente a la pared, la silla en la que iba a sentarme. Cubrieron mi cara y me amordazaron a la silla. Poco después, escuché como bajaba el aparato sujeto a electrodos que debía cubrir la mitad superior de mi cabeza. Tras un breve lapso de silencio, comenzaron las descargas: tres, cuatro, cinco, no recuerdo cuantas fueron, el hecho es que me abrasé por dentro y que mi cuerpo se encendió como una antorcha; así lo pude ver cuando me separé del cuerpo y observé la escena suspendido del techo, revoloteando alrededor de la sala de ejecuciones como una polilla.
Habíamos dejado la historia llegados a este punto, de repente me encontré fuera del cuerpo, viéndome a mí mismo allí sentado. Entonces me di cuenta de que tenía un segundo cuerpo. Mi visión se había ampliado y mi oído era capaz de escuchar sonidos muy lejanos, podía también percibir lo que pensaba la gente reunida alrededor de mi envoltura física y me dolía todo aquel resentimiento.
Poco después, atravesaba un largo túnel de luz, fue entonces cuando se manifestaron unas presencias incandescentes que me llamaron para que fuese con ellas y fui llevado hacia el que sería mi hábitat durante un plazo de tiempo optativo; allí he estado desde entonces, recapitulando sobre las lecciones aprendidas y examinando las luces y sombras de mi vida anterior. Aquí donde estoy ahora no existe el tiempo por lo que he tenido la ocasión de reflexionar exhaustivamente y analizar los hechos pasados. Cumplidos los objetivos de esta primera fase de ingreso, creo que ahora ya me siento preparado para ascender hasta el recinto contiguo que me permitirá iniciar el peregrinaje académico desde este plano vibratorio hacia otro más elevado. Pero antes de que se me olvide: déjenme que les cuente lo que me sucedió durante uno de los momentos de este interludio; se trata de un suceso que en el lugar donde estoy me parece anecdótico pero que quizás para ustedes, podría parecer revelador:
Mientras caminaba por las orillas de un arroyo que reflejaba los colores del Arco Iris: vi como se acercaba un mensajero para hacerme entrega de una citación judicial: según el documento, había sido llamado a declarar como testigo en un juicio donde ciertas personas cercanas a mi vida anterior habían sido llevadas a comparecer. Consciente de aquel compromiso, me sumergí en una densa y fría neblina en medio de la cual apareció un guía que se ofreció a acompañarme y traspasada la barrera de niebla, vi una casa en medio de un amplio terreno pedregoso. Al entrar allí, sentí frío y la ropa que llevaba se oscureció: un esqueleto cubierto con ropas cuyos jirones flotaban a los costados de sus costillas me sonrió mostrándome sus cavernosas orbitas y dijo:
-Adelante: pase; le estábamos esperando.
Entré y ocupé mi asiento en el anfiteatro donde una multitud espectral se había congregado con ansiosa expectación para presenciar el acto que iba a tener lugar en breve.
Según me hizo saber la voz de cierto ser invisible que susurraba a mis oídos: los espectros allí presentes, eran las almas de los fallecidos en el derrumbe de la casa.
Y llegó el momento: un insólito entrechocar de huesos inundó la sala acompañado por el lúgubre aullido de laringes descompuestas que resonaban como un coro desacompasado.
Entonces, apareció Andrea o lo que quedaba de ella: su rostro era la masa ulcerada de un cadáver en descomposición, sus rojos labios eran casi la única parte de su rostro que no estaba carcomida, el resto era un amasijo de carne putrefacta y en su cabeza, sólo los ojos y los labios conservaban cierta expresión de vida.
Harman apareció después agarrado por dos esqueletos que le sostenían, sus labios habían desaparecido dejando al descubierto encías y dientes; algunos de estos, aún se mantenían sujetos pero otros pendían medio sueltos, montones de materia hedionda colgaban entre los jirones de sus ropas y mientras caminaba, iba dejando un viscoso y oscuro rastro tras de sí
A su hijo le llevaban en volandas; forcejeaba con rabia pero no le servía de nada, poco a poco: las figuras espectrales que le sujetaban, acabaron arrastrándole hasta el centro de la sala donde fue obligado a sentarse junto con su padre y cuando al fin le soltaron, pude ver como parte de la piel de su cara se había desprendido a causa del forcejeo dejando medio cráneo al descubierto.
Fue el mismo ser invisible que susurraba a mis oídos quien me aclaró el siguiente punto de la historia:
-Murieron en un accidente de tráfico: regresaban los tres tras una fiesta, conduciendo en dirección contraria hasta que chocaron contra un camión que les venía de frente.
La algarada que inundaba la sala, se prolongó hasta que se oyó una voz cavernosa y vehemente que decía:
-¡Silencio en la sala: ruego a los presentes que tengan la bondad de guardar silencio!
Entonces, se hizo el silencio.
-Se abre la sesión: instruye el caso el juez de causas pendientes ¡Todos en pie!
Miré hacia el altar que presidía la sala donde pude ver una sombra sentada sobre un pedestal de oro; desde allí se alzó aquella otra voz: firme, clara y autoritaria:
-Está bien: el fiscal y la defensa pueden ocupar sus puestos.
De pronto, percibí que era el centro de atención, se produjo un embarazoso silencio y yo me preguntaba cual podía ser el motivo de toda aquella tensión: no tardé en averiguarlo, la voz que sonó a continuación disipó todas mis dudas:
-Señoría: el ministerio fiscal llama a declarar al testigo del caso.
-Proceda: dictaminó el juez.
Un instante más tarde, caminé hasta el centro de la sala y vi como un gangrenoso cadáver de ojos vidriosos avanzaba hasta mí llevando un recipiente metálico que depositó en el suelo cuando se hallaba frente a mí. Involuntariamente, mis ojos se inclinaron hacia el interior de aquel recipiente cuyo contenido consistía en una masa de cenizas entre las cuales sobresalía algún fragmento de papel irreconocible que por casualidad no había terminado de prender con el resto. Entonces, con vaga curiosidad, quise indagar sobre la procedencia de aquellos restos, aunque no me atreví a preguntar.
-¿Reconoce usted estos documentos?: preguntó el cadáver viviente adelantándose a mis pensamientos; ante mi silencio, optó por mirarme fijamente y reiteró su pregunta:
-Vamos: no tenemos toda la eternidad: ¿Recuerda usted haber firmado todos estos documentos?.
-Pues…: respondí con indecisión-Podría ser, pero…
-¿Porqué? inquirió, contrayendo los huesos de su mandíbula en una expresión fantasmal.
-Pues la verdad es que yo…: seguí titubeando.
-Eso es todo, gracias: interrumpió el cadáver-Ya han escuchado ustedes a nuestro testimonio: estos documentos constituyen la prueba irrefutable que avala la culpabilidad de nuestros acusados, y vuelvo a reiterarme en mi afirmación:
Hizo una pausa mientras se giraba hacia la multitud y exclamó con vehemencia:
-¡Culpables, culpables por acción, culpables de pensamiento, culpables por inducción y por omisión: culpables!.
Desde el fondo de la sala, se elevó un grito infernal:
-¡Protesto!
-¡Se acepta la protesta!: dictaminó el juez-Señor fiscal: le llamo al orden; aténgase a los hechos: ya llegará el momento de entrar en valoraciones; no estamos ante un linchamiento público.
El fiscal asintió con visible desgana y volviéndose con gesto ampuloso: caminó hacia los acusados, paró cuando estaba delante del señor Harman y preguntó en tono acusador:
-A ver, dígame: ¿No es cierto que delegaba sus decisiones al arbitrio de terceras personas para ocultar la responsabilidad de sus actos?.
-¡Protesto!: intervino de nuevo la voz.
-¡Protesta denegada!: atajó el juez-Que responda el acusado.
Harman miró sin expresión y emitió un jadeo ininteligible.
-Y ahora, dígame: prosiguió el fiscal-¿Admite la autoría de los fraudes y estafas que se cometieron en el periodo previo a la tragedia por la que se le está juzgando?.
-¡Protesto!: rugió la voz.
-¡Protesta denegada!: declamó el juez-Puede responder el acusado.
El silencio era absoluto; la respiración, si existía, podía percibirse materialmente contenida: Harman crispó su mandíbula descarnada y negó con la cabeza en un gesto mudo, luego comenzó a mover la cabeza convulsivamente arriba y abajo; los restos de carne que cubrían su cabeza se iban deshaciendo y cayéndose a trozos; ví como abría la boca para hablar y en ese momento, el maxilar inferior se desprendió, cayéndose al suelo.
-¡Hete aquí la confirmación definitiva!: bramó el fiscal-Los hechos hablan por sí solos y disponemos de pruebas concluyentes que así lo corroboran.
-¡Protesto!: se oyó gritar desde el fondo.
-¡Se acepta la protesta!: reconvino el juez-Señor fiscal: repórtese, y le ruego que se abstenga de emitir juicios paralelos: limítese a respetar su turno de preguntas.
El fiscal asintió con resignado acatamiento y se situó frente al hijo de Harman, éste , al ver el rostro descarnado que se alzaba frente a él, tuvo un conato de violencia: forzando sus putrefactos músculos: intentó levantarse, pero dos esqueletos le retuvieron por detrás, obligándole a sentarse.
-¿Se encuentra usted bien?: indagó el fiscal.
Desde donde estaba yo sentado, podía ver al hijo de Harman deshaciéndose en una charca de corrupción; su rostro era el de un cadáver desenterrado; los ojos le colgaban de las cuencas y la carne que cubría sus huesos iba cayéndose a jirones.
-Intentaré ser breve: repuso el fiscal-¿Reconoce la autoría en la confección de los planos?:
El interrogado abrió su boca y dejó que un lamento entrecortado se deslizara por sus labios descarnados.
-Gracias joven: atajó el fiscal, luego volvió a desplazarse hasta situarse delante de Andrea, le miró fijamente durante unos segundos y juntando las manos en su espalda, alzó su cuello hasta adoptar lo que parecía una pose solemne.
-Dígame señorita: inquirió-¿Reconoce su implicación en los delitos que condujeron a la muerte de todas esas personas?
Andrea se descomponía vertiginosamente; la podredumbre se abría paso a través de su piel. En aquel momento, percibí que su cara temblaba y se derretía a una velocidad creciente, su rostro se elevaba hacia la nada y sus ojos miraban entre una vaporosa nube. Lanzó una mirada alrededor, luego miró la figura que tenía delante y abrió los labios emitiendo un balbuceo prolongado.
-Ya lo ven: concluyó el fiscal, enardecido-Todas las evidencias apuntan en una misma dirección…
Y volviéndose hacia el público, vociferó:
-¡Culpables, culpables! ¿Y qué más puedo decir?: ¡Culpables!
-¡Protesto!: restalló la voz pavorosa, en ese momento: la multitud de seres fantasmales comenzó a jadear al unísono; una babel de voces sin aliento se elevó hasta la lejana bóveda de aquel recinto y el aire se inundó con el eco de un solo clamor.
-¡Silencio en la sala!: apremió el juez-¡Ruego por última vez al señor fiscal que modere su actitud o de lo contrario, me veré obligado a desalojarle de esta sala!
-Pues entonces, que conste en acta: rectificó el fiscal-Todos los acusados han reconocido sus cargos.
-Así se hará constar: dictaminó el juez-Y ahora, señor abogado: ¿Desea formular alguna pregunta a los acusados?.
Esta vez no hubo respuesta; un silencio sepulcral invadió la sala hasta que las palabras del juez resonaron con voz atronadora:
-En vista de los argumentos esgrimidos por el ministerio fiscal, considerando las pruebas incriminatorias y por la calidad de los testimonios esgrimidos, declaro a los procesados: culpables en grado máximo: que se cumpla la sentencia.
Hubo un silencio largo y terrible: después la bóveda comenzó a temblar y miré hacia arriba en el momento de ver como desde allí se formaba una espiral de luz que giraba a una velocidad creciente, agrandándose a cada vuelta y formando un túnel que se perdía en el infinito. Una voz cavernosa emergió a través del túnel, como el eco de un grito arrancado a las entrañas de un pozo:
-¡He venido a llevarme lo que me pertenece!
Un rayo de luz física brotó del agujero y avanzó reptando por la sala como un ser vivo: envolvió a Harman y a su hijo como una gran mano fosforescente y luego envolvió a Andrea y elevó sus cuerpos en el aire. Más tarde, fueron succionados por el agujero y la espiral de luz fue empequeñeciéndose gradualmente hasta desaparecer. Cuando la tensa expectación y los rumores contenidos dieron paso al silencio, tuve la ocasión de volver a experimentar una extraña sensación encontrada: cientos de labios descarnados flotaban ante mí, curvados en una sonrisa perenne mientras un aroma de intenso dulzor inundaba la atmósfera: era el aroma de la materia orgánica en descomposición; eran los rostros descarnados de aquellos cadáveres cuyas almas habían encontrado la paz; era la dulce sonrisa.
-¿Sabría decirme si el acusado se encuentra en esta sala…podría señalarle con el dedo delante de todos los presentes?.
-Sí: respondió al tiempo que me señalaba procurando que sus ojos no coincidieran con los míos-Es él.
El fiscal iba de un lado a otro caminando con lentitud y ademán reflexivo; de vez en cuando, cambiaba de registro y entonces aceleraba sus gestos variando el ritmo de sus frases, como si estuviera llegando a la conclusión final de un complejo axioma. Mi abogado apenas tenía ocasión para defenderme de los ataques, todo era muy coherente, sin lugar para las conjeturas, mientras tanto: Andrea iba mostrándole al tribunal detalles reveladores sobre mi vida que ayudaban sin duda a perfilar el lado oscuro de mi personalidad:
-Cuando Mario entró a trabajar en nuestra constructora, en seguida me di cuenta de que no íbamos a llevarnos bien con él: algunas veces tuvo pequeños altercados con el señor Harman, todo y que este hacía todo cuanto estaba en su mano por darle una oportunidad. Estando yo presente, a menudo le observé ausentándose de la oficina sin motivo alguno; solía usar el teléfono de su despacho para hablar con sus amigas y en varias ocasiones, al ser requerido por el señor Harman para recriminarle por su conducta desordenada, pude ver como este se ponía encarnado y se mordía los labios procurando conservar la calma mientras Mario le decía las cosas más insultantes. Mario no soportaba que le llevaran la contraria. Una noche, durante una cena de empresa, humilló al camarero porque según él, se había demorado mucho en traerle la sal, y lo hizo delante de todo el mundo.
Qué bien se te da mentir Andrea; te estás superando a ti misma…¿Recuerdas mi primera mañana en la oficina? tú llevabas aquella falda ceñida por encima de las rodillas y aquel escote, ibas a enseñarme mi despacho; yo caminaba detrás de ti con la mirada puesta en tus caderas, entonces te giraste para sonreírme. ¿Recuerdas?: sí; fue tal día como hoy cuando yo estaba en mi despacho analizando unos planos, entonces viniste tú y te sentaste encima de mi mesa, te inclinaste hasta que tu escote quedó a la altura de mis ojos; tú tenías esa costumbre cada vez que me traías papeles para firmar.
-El señor Harman quiere verte en su despacho ahora: deja lo que estés haciendo y ven conmigo.
-Ahora no puedo Andrea…esto es muy importante: tengo que corregir estos planos; creo que hay un fallo en la distribución de los materiales: el grosor de los cimientos no es el apropiado…
-Ya lo harás en otro momento: dijiste cogiéndome por la corbata y tirando de ella hacia arriba.
El señor Harman, impecablemente vestido, cruzó la sala y se sentó frente a mí, pero a unos metros de distancia. Los preliminares fueron los mismos, y algunos segundos mas tarde, alzaba su mano para señalarme antes de iniciar el recitado de los hechos.
-Mi relación con Mario siempre tuvo su desarrollo en el ámbito de lo profesional; necesitaba el visto bueno de un ingeniero antes de encargar la ejecución de los planos; nuestra constructora es de sobras conocida por los acabados y por la calidad de sus obras y en este terreno, no hay lugar para la improvisación, puede que mi error consistiera en haber confiado demasiado en él pero ¿Cómo podía yo saber que estaba malversando los fondos? Yo le había cedido plena autonomía para tomar todas cuantas decisiones considerara oportunas, prácticamente todo pasaba por su despacho: planos, informes, contratos, albaranes, recibos por la compra de materiales…nada se movía sin su aprobación. Cierto es que Mario tenía un carácter que le hacía una persona digamos: algo especial, pero eso a mí no me importaba demasiado; como ya he dicho antes: necesitaba saber que tenía ese frente cerrado.
Señor Harman: ¿Qué diría su anciana madre si le viera mentir de esta manera? eso no está nada bien…¿Recuerda aquella tarde en su despacho? ¿Qué ironía verdad?: tenía los planos de aquella casa sobre mi mesa cuando me hizo traer a rastras hasta su despacho, secuestrado por su secretaria; cuando llegué, usted se estaba poniendo la chaqueta y se disponía a salir: me dedicó una sonrisa de oreja a oreja y dijo:
Llevo observándole desde que ha llegado y…¡Diablos!: ¿Es que no descansa usted nunca?...bien: creo que usted y yo podríamos enseñarnos muchas cosas; yo, por mi parte: creo que tengo mucho que aprender de un hombre como usted porque ¿Sabe?: yo no tuve tiempo de estudiar; era el mayor de ocho hermanos y tuve que ponerme a trabajar desde muy temprano, por eso ahora, quisiera aprender de todo; ya sabe: cómo comportarse en la mesa, cómo hablar en público, cómo cortejar a las mujeres…vamos: acompáñeme, le mostraré la ciudad, y no se preocupe por el dinero: pago yo.
Harman y su singular sentido de la hospitalidad, con aquellos trajes cortados a medida y los abultados fajos de su cartera: noto que ahora me mira fijamente y sin pestañear, por primera vez desde que empezó todo, alguien se atreve a mantener la mirada; algo es algo, y considerando la situación, creo que eso ya es mucho. Todavía recuerdo la discusión que tuvimos en su despacho: estuve a punto de golpearle pero me contuve:
-¿Cómo que ya no tiene los planos aquí? espero que todo esto no sea más que una broma: sabe usted que la casa no se puede construir en esas condiciones. Por favor: dígame que no han falsificado mi firma…
Le vi sonriendo:
-Cálmese; no hay nada que temer, se lo aseguro, en cuanto a los planos: ya verá como se aclara todo; seguro que ha habido un malentendido.
-¡No me pida que me calme!: repliqué-Necesito ver los planos y los quiero ahora en mi mesa; exijo hablar con el arquitecto…
Vi que sus labios temblaban:
-Mi hijo no está aquí; ha salido para atender unos asuntos que requieren su presencia…
Fruncí las cejas y adopté un aire inquisitivo. Su mano se posó en mi hombro y prosiguió:
-Pero no se preocupe: mañana, si así lo desea, podrá hablar con él y decirle todo cuanto estime oportuno. Mejor aun: esta noche, nos reuniremos Andrea, mi hijo y yo para celebrar una fiesta ¿Desearía venir con nosotros?:
Y aquella noche, nos reunimos los cuatro: el hijo de Harman estaba de mal talante; era la primera vez que bebía y se puso de un humor insoportable, además, la comida estaba mala, lo cual no ayudaba mucho a mejorar las cosas, Andrea también bebió más de la cuenta y se puso a bailar encima de la mesa, yo también bebí; para qué negarlo: pero fue para contrarrestar el efecto de la comida; sea por lo que sea, el caso es que todos acabamos bebiendo demasiado; recuerdo que por alguna razón, me empeñé en beber champán en uno de los zapatos de Andrea y acabé empapado; tenía la vista nublada y había olvidado que ella calzaba sandalias.
A partir de aquella noche, nuestras relaciones comenzaron a enfriarse, el volumen de trabajo comenzó a menguar paulatinamente; fue como si hubiesen dejado de confiar en mí, y cuando: ante mi atolondramiento, recibí la carta de despido, tuve que conformarme con creer unas vagas explicaciones acerca de la supuesta mala racha que atravesaba la empresa. Cuando tiempo más tarde, trataba de aclimatarme a mi nuevo trabajo, recibí la notificación: había sido denunciado por ellos; ellos me habían denunciado a mí por estafa. ¿Qué ironía verdad? Supongo que a estas alturas, no es necesario aclarar que nunca volví a ver aquellos malditos planos…
-Distinguidos miembros del jurado, los hechos son los siguientes: dictaminó el fiscal con aire reverente-Tenemos a un hombre que no dudó en lucrarse poniendo en juego la vida de personas inocentes, que ordenaba edificar con materiales deficientes y sobre terrenos que no eran los apropiados, que falsificaba facturas, manipulaba documentos y creaba falsos proveedores para cuadrar las cuentas de unos gastos que luego se embolsaba sin el menor remordimiento.
Alrededor de doscientas cuarenta personas murieron sepultadas bajo los cimientos del edificio donde vivían; la casa que habían elegido para formar un hogar, acabó siendo su tumba: murieron mientras dormían; piensen en ello cuando vuelvan para reunirse con sus familias: ellos no tuvieron ninguna oportunidad y dondequiera que estén ahora, seguro que claman pidiendo justicia. Solicito por lo tanto la máxima pena para nuestro acusado.
Mientras escucho la sentencia, hay una imagen que se proyecta en el espacio: la de unos labios curvados en una sonrisa perpetua; la dulce sonrisa que ilustra palabras llenas de buenas intenciones; la expresión de unas caras tiernas y afables que ahora me acusan sin apenas inmutarse.
El resto es historia: a los pocos meses avanzaba por el largo corredor recibiendo las felicitaciones de mis compañeros reclusos que a través de los barrotes, alargaban sus manos hacia mí intentando darme aliento, lentamente fui llegando hasta la puerta y cuando esta se abrió, me encontré en un salón cubierto por mamparas de cristal y frente a la pared, la silla en la que iba a sentarme. Cubrieron mi cara y me amordazaron a la silla. Poco después, escuché como bajaba el aparato sujeto a electrodos que debía cubrir la mitad superior de mi cabeza. Tras un breve lapso de silencio, comenzaron las descargas: tres, cuatro, cinco, no recuerdo cuantas fueron, el hecho es que me abrasé por dentro y que mi cuerpo se encendió como una antorcha; así lo pude ver cuando me separé del cuerpo y observé la escena suspendido del techo, revoloteando alrededor de la sala de ejecuciones como una polilla.
Habíamos dejado la historia llegados a este punto, de repente me encontré fuera del cuerpo, viéndome a mí mismo allí sentado. Entonces me di cuenta de que tenía un segundo cuerpo. Mi visión se había ampliado y mi oído era capaz de escuchar sonidos muy lejanos, podía también percibir lo que pensaba la gente reunida alrededor de mi envoltura física y me dolía todo aquel resentimiento.
Poco después, atravesaba un largo túnel de luz, fue entonces cuando se manifestaron unas presencias incandescentes que me llamaron para que fuese con ellas y fui llevado hacia el que sería mi hábitat durante un plazo de tiempo optativo; allí he estado desde entonces, recapitulando sobre las lecciones aprendidas y examinando las luces y sombras de mi vida anterior. Aquí donde estoy ahora no existe el tiempo por lo que he tenido la ocasión de reflexionar exhaustivamente y analizar los hechos pasados. Cumplidos los objetivos de esta primera fase de ingreso, creo que ahora ya me siento preparado para ascender hasta el recinto contiguo que me permitirá iniciar el peregrinaje académico desde este plano vibratorio hacia otro más elevado. Pero antes de que se me olvide: déjenme que les cuente lo que me sucedió durante uno de los momentos de este interludio; se trata de un suceso que en el lugar donde estoy me parece anecdótico pero que quizás para ustedes, podría parecer revelador:
Mientras caminaba por las orillas de un arroyo que reflejaba los colores del Arco Iris: vi como se acercaba un mensajero para hacerme entrega de una citación judicial: según el documento, había sido llamado a declarar como testigo en un juicio donde ciertas personas cercanas a mi vida anterior habían sido llevadas a comparecer. Consciente de aquel compromiso, me sumergí en una densa y fría neblina en medio de la cual apareció un guía que se ofreció a acompañarme y traspasada la barrera de niebla, vi una casa en medio de un amplio terreno pedregoso. Al entrar allí, sentí frío y la ropa que llevaba se oscureció: un esqueleto cubierto con ropas cuyos jirones flotaban a los costados de sus costillas me sonrió mostrándome sus cavernosas orbitas y dijo:
-Adelante: pase; le estábamos esperando.
Entré y ocupé mi asiento en el anfiteatro donde una multitud espectral se había congregado con ansiosa expectación para presenciar el acto que iba a tener lugar en breve.
Según me hizo saber la voz de cierto ser invisible que susurraba a mis oídos: los espectros allí presentes, eran las almas de los fallecidos en el derrumbe de la casa.
Y llegó el momento: un insólito entrechocar de huesos inundó la sala acompañado por el lúgubre aullido de laringes descompuestas que resonaban como un coro desacompasado.
Entonces, apareció Andrea o lo que quedaba de ella: su rostro era la masa ulcerada de un cadáver en descomposición, sus rojos labios eran casi la única parte de su rostro que no estaba carcomida, el resto era un amasijo de carne putrefacta y en su cabeza, sólo los ojos y los labios conservaban cierta expresión de vida.
Harman apareció después agarrado por dos esqueletos que le sostenían, sus labios habían desaparecido dejando al descubierto encías y dientes; algunos de estos, aún se mantenían sujetos pero otros pendían medio sueltos, montones de materia hedionda colgaban entre los jirones de sus ropas y mientras caminaba, iba dejando un viscoso y oscuro rastro tras de sí
A su hijo le llevaban en volandas; forcejeaba con rabia pero no le servía de nada, poco a poco: las figuras espectrales que le sujetaban, acabaron arrastrándole hasta el centro de la sala donde fue obligado a sentarse junto con su padre y cuando al fin le soltaron, pude ver como parte de la piel de su cara se había desprendido a causa del forcejeo dejando medio cráneo al descubierto.
Fue el mismo ser invisible que susurraba a mis oídos quien me aclaró el siguiente punto de la historia:
-Murieron en un accidente de tráfico: regresaban los tres tras una fiesta, conduciendo en dirección contraria hasta que chocaron contra un camión que les venía de frente.
La algarada que inundaba la sala, se prolongó hasta que se oyó una voz cavernosa y vehemente que decía:
-¡Silencio en la sala: ruego a los presentes que tengan la bondad de guardar silencio!
Entonces, se hizo el silencio.
-Se abre la sesión: instruye el caso el juez de causas pendientes ¡Todos en pie!
Miré hacia el altar que presidía la sala donde pude ver una sombra sentada sobre un pedestal de oro; desde allí se alzó aquella otra voz: firme, clara y autoritaria:
-Está bien: el fiscal y la defensa pueden ocupar sus puestos.
De pronto, percibí que era el centro de atención, se produjo un embarazoso silencio y yo me preguntaba cual podía ser el motivo de toda aquella tensión: no tardé en averiguarlo, la voz que sonó a continuación disipó todas mis dudas:
-Señoría: el ministerio fiscal llama a declarar al testigo del caso.
-Proceda: dictaminó el juez.
Un instante más tarde, caminé hasta el centro de la sala y vi como un gangrenoso cadáver de ojos vidriosos avanzaba hasta mí llevando un recipiente metálico que depositó en el suelo cuando se hallaba frente a mí. Involuntariamente, mis ojos se inclinaron hacia el interior de aquel recipiente cuyo contenido consistía en una masa de cenizas entre las cuales sobresalía algún fragmento de papel irreconocible que por casualidad no había terminado de prender con el resto. Entonces, con vaga curiosidad, quise indagar sobre la procedencia de aquellos restos, aunque no me atreví a preguntar.
-¿Reconoce usted estos documentos?: preguntó el cadáver viviente adelantándose a mis pensamientos; ante mi silencio, optó por mirarme fijamente y reiteró su pregunta:
-Vamos: no tenemos toda la eternidad: ¿Recuerda usted haber firmado todos estos documentos?.
-Pues…: respondí con indecisión-Podría ser, pero…
-¿Porqué? inquirió, contrayendo los huesos de su mandíbula en una expresión fantasmal.
-Pues la verdad es que yo…: seguí titubeando.
-Eso es todo, gracias: interrumpió el cadáver-Ya han escuchado ustedes a nuestro testimonio: estos documentos constituyen la prueba irrefutable que avala la culpabilidad de nuestros acusados, y vuelvo a reiterarme en mi afirmación:
Hizo una pausa mientras se giraba hacia la multitud y exclamó con vehemencia:
-¡Culpables, culpables por acción, culpables de pensamiento, culpables por inducción y por omisión: culpables!.
Desde el fondo de la sala, se elevó un grito infernal:
-¡Protesto!
-¡Se acepta la protesta!: dictaminó el juez-Señor fiscal: le llamo al orden; aténgase a los hechos: ya llegará el momento de entrar en valoraciones; no estamos ante un linchamiento público.
El fiscal asintió con visible desgana y volviéndose con gesto ampuloso: caminó hacia los acusados, paró cuando estaba delante del señor Harman y preguntó en tono acusador:
-A ver, dígame: ¿No es cierto que delegaba sus decisiones al arbitrio de terceras personas para ocultar la responsabilidad de sus actos?.
-¡Protesto!: intervino de nuevo la voz.
-¡Protesta denegada!: atajó el juez-Que responda el acusado.
Harman miró sin expresión y emitió un jadeo ininteligible.
-Y ahora, dígame: prosiguió el fiscal-¿Admite la autoría de los fraudes y estafas que se cometieron en el periodo previo a la tragedia por la que se le está juzgando?.
-¡Protesto!: rugió la voz.
-¡Protesta denegada!: declamó el juez-Puede responder el acusado.
El silencio era absoluto; la respiración, si existía, podía percibirse materialmente contenida: Harman crispó su mandíbula descarnada y negó con la cabeza en un gesto mudo, luego comenzó a mover la cabeza convulsivamente arriba y abajo; los restos de carne que cubrían su cabeza se iban deshaciendo y cayéndose a trozos; ví como abría la boca para hablar y en ese momento, el maxilar inferior se desprendió, cayéndose al suelo.
-¡Hete aquí la confirmación definitiva!: bramó el fiscal-Los hechos hablan por sí solos y disponemos de pruebas concluyentes que así lo corroboran.
-¡Protesto!: se oyó gritar desde el fondo.
-¡Se acepta la protesta!: reconvino el juez-Señor fiscal: repórtese, y le ruego que se abstenga de emitir juicios paralelos: limítese a respetar su turno de preguntas.
El fiscal asintió con resignado acatamiento y se situó frente al hijo de Harman, éste , al ver el rostro descarnado que se alzaba frente a él, tuvo un conato de violencia: forzando sus putrefactos músculos: intentó levantarse, pero dos esqueletos le retuvieron por detrás, obligándole a sentarse.
-¿Se encuentra usted bien?: indagó el fiscal.
Desde donde estaba yo sentado, podía ver al hijo de Harman deshaciéndose en una charca de corrupción; su rostro era el de un cadáver desenterrado; los ojos le colgaban de las cuencas y la carne que cubría sus huesos iba cayéndose a jirones.
-Intentaré ser breve: repuso el fiscal-¿Reconoce la autoría en la confección de los planos?:
El interrogado abrió su boca y dejó que un lamento entrecortado se deslizara por sus labios descarnados.
-Gracias joven: atajó el fiscal, luego volvió a desplazarse hasta situarse delante de Andrea, le miró fijamente durante unos segundos y juntando las manos en su espalda, alzó su cuello hasta adoptar lo que parecía una pose solemne.
-Dígame señorita: inquirió-¿Reconoce su implicación en los delitos que condujeron a la muerte de todas esas personas?
Andrea se descomponía vertiginosamente; la podredumbre se abría paso a través de su piel. En aquel momento, percibí que su cara temblaba y se derretía a una velocidad creciente, su rostro se elevaba hacia la nada y sus ojos miraban entre una vaporosa nube. Lanzó una mirada alrededor, luego miró la figura que tenía delante y abrió los labios emitiendo un balbuceo prolongado.
-Ya lo ven: concluyó el fiscal, enardecido-Todas las evidencias apuntan en una misma dirección…
Y volviéndose hacia el público, vociferó:
-¡Culpables, culpables! ¿Y qué más puedo decir?: ¡Culpables!
-¡Protesto!: restalló la voz pavorosa, en ese momento: la multitud de seres fantasmales comenzó a jadear al unísono; una babel de voces sin aliento se elevó hasta la lejana bóveda de aquel recinto y el aire se inundó con el eco de un solo clamor.
-¡Silencio en la sala!: apremió el juez-¡Ruego por última vez al señor fiscal que modere su actitud o de lo contrario, me veré obligado a desalojarle de esta sala!
-Pues entonces, que conste en acta: rectificó el fiscal-Todos los acusados han reconocido sus cargos.
-Así se hará constar: dictaminó el juez-Y ahora, señor abogado: ¿Desea formular alguna pregunta a los acusados?.
Esta vez no hubo respuesta; un silencio sepulcral invadió la sala hasta que las palabras del juez resonaron con voz atronadora:
-En vista de los argumentos esgrimidos por el ministerio fiscal, considerando las pruebas incriminatorias y por la calidad de los testimonios esgrimidos, declaro a los procesados: culpables en grado máximo: que se cumpla la sentencia.
Hubo un silencio largo y terrible: después la bóveda comenzó a temblar y miré hacia arriba en el momento de ver como desde allí se formaba una espiral de luz que giraba a una velocidad creciente, agrandándose a cada vuelta y formando un túnel que se perdía en el infinito. Una voz cavernosa emergió a través del túnel, como el eco de un grito arrancado a las entrañas de un pozo:
-¡He venido a llevarme lo que me pertenece!
Un rayo de luz física brotó del agujero y avanzó reptando por la sala como un ser vivo: envolvió a Harman y a su hijo como una gran mano fosforescente y luego envolvió a Andrea y elevó sus cuerpos en el aire. Más tarde, fueron succionados por el agujero y la espiral de luz fue empequeñeciéndose gradualmente hasta desaparecer. Cuando la tensa expectación y los rumores contenidos dieron paso al silencio, tuve la ocasión de volver a experimentar una extraña sensación encontrada: cientos de labios descarnados flotaban ante mí, curvados en una sonrisa perenne mientras un aroma de intenso dulzor inundaba la atmósfera: era el aroma de la materia orgánica en descomposición; eran los rostros descarnados de aquellos cadáveres cuyas almas habían encontrado la paz; era la dulce sonrisa.
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