El Decapitado
Minutos antes, tú formabas parte de la nada y tu existencia era como una sombra perdida que navegaba en medio de la oscuridad; como las partículas de polvo que flotan en el vacío. Era de noche, era la noche eterna en la que te hallabas sumergido pero de repente, tu cerebro comenzó a funcionar y del propio silencio surgió aquella energía que abrasaba tu cabeza.
Sientes como lentamente, los objetos adquieren claridad, aunque tu vista aun no logra distinguir las luces borrosas que emiten los objetos de los objetos en sí, no notas aun las piernas ni los brazos porque solo tienes la cabeza. De repente, escuchas la agitación de un cuerpo detrás de ti, articulando torpemente los miembros: eres tú quien se mueve, pero aquellos movimientos carecen de orientación, son miembros que tú gobiernas desordenadamente y sabes que eres tan ajeno a ellos como el resto de objetos inanimados cuyas formas borrosas fluctúan a tu alrededor tal vez si te concentras, conseguirás levantarte y lo vuelves a intentar una y otra vez hasta que por fin, consigues mover aquel cuerpo inerte que se halla detrás de ti y te levantas, no sin cierta dificultad, tus músculos aún están entumecidos y agarrotados por la inactividad.
Con sumo cuidado, recoges el delicado sistema cerebral que te está autogobernando, ejerces la presión justa sobre tu propia cabeza con el miedo de que esta pueda deshacerse bajo tus propias manos, buscas un lugar donde asirla y decides llevarla sujeta en el hueco del costado, cuando comienzas a ver desde esa altura, comprendes que ya no será difícil desplazarse de un lugar a otro: echas una pierna hacia delante, luego la otra y así sucesivamente hasta que asocias mecánicamente cada movimiento con su anterior. Ahora debes salir del lugar donde te encuentras y caminas hacia las escaleras, intentas erguir tu cuerpo para quedar totalmente derecho pero la propia inercia tira de tu cuerpo hacia atrás cuando comienzas a subir las escaleras. Una delgada cortina de luz rasga el umbral de la entrada: hay alguien arriba, han encendido la luz y se escuchan voces diáfanas que por su proximidad, deberían sonar nítidas.
A medida que te acercas, crees oír las voces con mayor claridad, son un ruido de vocales y consonantes que forman palabras pero cuyo significado aun desconoces. Subes sujetándote con una mano a la barandilla para no caerte. Ya has atravesado el umbral y la primera luz que empaña tus retinas es molesta y cegadora, los rumores que has estado escuchando también adquieren consistencia. Frente a la ventana están ellos hablando, no te han visto aun e intentas acercarte a ellos pero hay algo que falla: cuando notan al fin tu presencia, intentas sonreír y hablarles, pero ellos te miran con una expresión que no logras comprender, persistes en tu intención y vuelves a hablarles despacio, intentando vocalizar hasta que el eco de tu propia voz rompe el silencio como el ruido de una tela desgarrándose en la soledad del bosque pero tus cuerdas vocales solo han emitido un gruñido ronco y apagado mientras tu boca se abría exhalando el aire pútrido que emana de tu interior, los músculos de tu cara se retorcían deformando tus rasgos, tu lengua reseca y blanquecina colgaba flácida y tus ojos se convertían en apretadas rendijas mientras caminabas entre espasmos con tu cabeza sujeta bajo el brazo.
Buscas de nuevo la forma de comunicarte, pero ellos siguen allí, inmóviles y en silencio; tanto ella como él te miran fijamente y sin pestañear con una extraña expresión que no es ni burla ni desconcierto: es algo impreciso, como si sus mentes hubiesen sucumbido a una emoción intensa que no hubiesen podido asimilar. Das media vuelta y te alejas lentamente: das un paso, después otro y así sucesivamente, siempre has conocido perfectamente tu casa y te encaminas abajo, pero al llegar a las escaleras, fallas al intentar coordinar tus articulaciones y caes, tu cuerpo rueda por los escalones y se desploma pesadamente sobre el suelo como un saco repleto de estiércol. Tu cerebro añora la oscuridad, recuerdas cuando sus brazos te rodeaban para darte cobijo con ese calor intrauterino que te protegía del ruido y de la luz que ahora dañan tus sentidos, por eso has emprendido el corto trayecto de vuelta hacia tu añorada oscuridad, y entre las sombras de aquel sótano: te entregarás al sueño del que fuiste expulsado sin que nadie ni nada interrumpa tu descanso.

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