El cumpleaños


Fue una noche loca, inolvidable; era mi cumpleaños y creía que esta circunstancia me permitía obrar con total impunidad. Cuando más tarde: me encontré solo ante la cruda realidad, entonces, supe que no existía tribunal en el mundo con la benevolencia suficiente para absolver mis actos. Desde ese momento, me eché a temblar, y creo que no he hecho otra cosa desde entonces.
Brian y yo celebrábamos mi veintidós cumpleaños en mi casa: habíamos tomado de todo en grandes cantidades, y tras experimentar el tedio que produce el exceso, decidimos consultar los clasificados de un periódico que circulaba desperdigado entre las estanterías para solicitar la presencia de una prostituta que ofrecía sus servicios a domicilio.
Se llamaba Jessica, y llegó con un abrigo de piel cuidadosamente cortado para revelar solo lo que quería mostrar, con un cuello de visón alrededor formando un costoso marco para tan voluptuoso cuerpo. Recuerdo cómo se acercó a la cama muy lentamente y se inclinó sobre ella mostrando la dulce madurez de sus senos, se balanceó con firmeza al desabrocharse el sostén, se sacó los zapatos y alzó una pierna y luego otra para sacarse las medias, lo cual hizo con extrema lentitud. La intensidad de su mirada era terrible, sus ojos parecían atravesarme de lado a lado, como si buscaran algo en mi interior.
-¿Quién ataca primero?: murmuró mi amigo al oído.
Tuve un conato de euforia inducido por la visión de aquella piel cálida tan próxima y accesible, lo cual, sumado al privilegio de ser el protagonista de la fiesta, hizo que perdiera el control: me lancé sobre ella y me serví generosamente hasta que, exhausto y al borde del fallecimiento, me retiré para cederle a mi amigo los restos de aquel cuerpo que había comenzado a producirme asco.
-La has dejado para el arrastre: oí decir a una voz que identifiqué como la de mi amigo Brian; vagamente recordaba haber abrazado a nuestra invitada hasta casi ahogarla. Y mientras mi amigo saciaba sus deseos con ella, terminé de apurar la botella y aspiré la última línea que había quedado sobre la bandeja. Todo en mi interior era risa y fiesta desbocada.
Más tarde, mientras mi amigo se subía los pantalones, se oyó una voz nueva en la estancia; era una voz apremiante que sobresalía por encima de nuestras risas decaídas.
-¿Puede saberse qué broma es esta?: quiero mi dinero.
Brian y yo, dudamos un momento, luego nos miramos mutuamente y nos echamos a reir.
-¿Has gozado vieja?: dijo Brian con la burla asomando entre sus labios-Pues considérate pagada.
-Os equivocáis conmigo: objetó la mujer-Yo siempre cobro por mis servicios…
Entonces, mi brazo describió un largo semicírculo en el aire que acabó con un golpe seco sobre su cara de apergaminado maquillaje; el rojo de sus labios carmesí salpicó parte de su mejilla y una de sus pestañas postizas voló por los aires a consecuencia del impacto.
Me puse a reír, orgulloso de mi hazaña y mi amigo me secundó con su risa torpe y nerviosa, pero mientras la mujer se reincorporaba del colchón, semiaturdida, insistió con voz firme:
-Quiero cobrar, y quiero mi dinero ahora…
Iba a propinarle una segunda bofetada, pero Brian se adelantó a mí y le golpeó repetidas veces con el puño cerrado hasta que el propio agotamiento le hizo desistir de su acto. Entonces, alcé mi mano una vez más, pero antes de que esta cayera sobre ella, volví a oír su voz obsesiva taladrando mis oídos:
-Quiero mi dinero, y vais a pagarme queráis o no…
Noté como mis puños se crispaban, los ojos de mi amigo se endurecieron rápidamente y seguimos golpeándole, ajenos a las lesiones que producían nuestros golpes; habíamos perdido el control, pero ella parecía una piedra; indiferente al dolor, las burbujas de sangre ascendían por sus fosas nasales y a través de su boca, sus ojos eran dos bultos cerrados, como dos globos amoratados, toda ella era un hematoma viviente y sin embargo, seguimos golpeándola. Pero cuando desistimos de nuestra acción, más por agotamiento físico que por mala conciencia, entonces volvimos a escuchar su voz: esta era firme y no temblaba; los efectos de nuestros golpes no parecían haberle afectado al habla:
-Yo siempre cobro por mis servicios y pagaréis…Ya lo creo que sí; nunca me voy sin mi dinero…
Volvimos a golpearle con rabia renovada; creo que perdimos la noción del tiempo: nuestros brazos subían y bajaban produciendo un ruido seco y continuo hasta que por fin, cesaron los golpes, justo cuando noté los brazos de mi amigo sujetándome por detrás, entonces pude escuchar su voz trémula advirtiéndome:
-Espera: creo que nos hemos pasado…
Cuando, aturdido y confuso, comencé a mirar a mi alrededor: la cabeza comenzó a darme vueltas: el colchón, la alfombra y hasta las paredes estaban salpicadas por gotas de un líquido rojo y viscoso que se oscurecía y solidificaba casi a ojos vista y el cuerpo desnudo de la mujer con quien nos habíamos desahogado, yacía hinchado, amoratado y casi irreconocible. Todo olía igual: a carne de ternera desollada; las huellas de aquella fiesta de cumpleaños habían quedado desperdigadas por todas partes. Tras dar varias vueltas a mi habitación intentando ordenar mis pensamientos, me quedé atontado e indeciso y mi cabeza seguía dando vueltas; todo giraba a mi alrededor como un remolino. Entonces supe que nunca lograríamos limpiarlo todo por más que nos esforzáramos en borrar nuestras huellas e hiciéramos desaparecer el cadáver porque después de todo: ¿Cómo podíamos olvidar a aquella desconocida? la prostituta que no pudo cobrar sus servicios…
Esto sucedió hace ahora cinco años. No hace mucho, encontraron a mi amigo con el pelo encanecido y sentado en la cabecera de su cama, como si esperara a alguien: había muerto de miedo…aquella noche, pude sentir en sueños como la tierra se estremecía y como manos descarnadas la arañaban desde el interior. Más tarde, pude ver una sombra tambaleante atravesando el cementerio con paso torpe aunque con firme determinación, ahora estoy preso de un miedo que lleva años incubándose y que me tiene aquí postrado: algo palpita en el interior de mi cabeza; oigo pasos tras la puerta y hasta aquí llega un olor a fango húmedo, en el fondo, sé que es ella aunque mi mente no quiera admitirlo y que ha venido para cobrar sus servicios; tengo su dinero aquí preparado y quiero pensar que todo se limitará a eso: ella entrará por esa puerta, entonces yo le daré su dinero y ella se irá, pero no estoy seguro de poder soportar lo que veré cuando se abra la puerta; intentaré cerrar los ojos pero…¿Y si no lo consigo? el miedo me ahoga y me impide respirar, no me atrevo a moverme, sólo espero y observo, escucho como unas garras huesudas arañan el marco de la cerradura desde afuera: la madera se está astillando y tarde o temprano, la cerradura se acabará desprendiendo. Entonces…

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