Mi nombre es Nadie


La huida había sido larga, cruel y desesperada, el diablo agitaba sus alas graznando y revoloteando a nuestro alrededor. Bajo la cima rocosa de aquel risco, la muerte nos observaba impaciente a través de sus cuencas vacías usando el ruido del viento al que moldeaba a voluntad para entonar nuestros nombres que repetía sin descanso. Abajo, todo eran vastas planicies de una extrema aridez rodeadas por desfiladeros de piedra caliza, el lugar donde me encontraba iba serpenteando a lo largo de un camino de roca con varias bifurcaciones que conducían al valle, pero en su extremo se hallaba un profundo barranco desde cuyo fondo llegaba el rumor de un angosto río. Estábamos Monty y yo a ambos lados de la fogata que había logrado encender juntando unas cuantas ramas y matorrales secos, Monty yacía inconsciente, en el mismo lugar donde cayó desplomado al bajar del caballo, Relámpago presentía instintivamente el peligro y pese a encontrarse exhausto, mostraba su inquietud resoplando y pateando el suelo con sus cascos.
El encargo parecía pan comido: ir hasta un pueblucho apartado en busca de cierto libro que con toda seguridad, deberíamos incautar por la fuerza ya que estaba en manos de un viejo chiflado. Nunca comprendí porqué el extraño personaje que me encargó la misión insistía tanto en recomendarme que reclutara a un grupo de  ayudantes, pues nada presagiaba lo que podía suceder: llegamos con las primeras luces del alba, llenando la calle principal de polvo. En cuanto descabalgamos en el abrevadero,  irrumpimos en el edificio de madera revólveres en mano. Un hombre de mirada torva y extraviada salió a nuestro encuentro y encañonándole con nuestras armas, le pusimos al corriente sobre el objeto de nuestra visita. Pálido y enmudecido, nos guió hacia una estantería de donde extrajo un libro que nos entregó con gesto tembloroso. Pero cuando nos disponíamos a regresar, había una multitud enfurecida esperándonos afuera: todos los habitantes  del lugar que a nuestra llegada parecían observarnos semiocultos tras los marcos de las ventanas, estaban allí esperándonos, y seguían llegando más; venían de todas partes; parecía que se hubiese corrido la voz en todos los pueblos de alrededor y estaban acudiendo en masa: eran como bestias rabiosas carentes de raciocinio. Andy, a quien habíamos dejado al cuidado de los caballos debió ser despedazado antes de comprender lo que estaba sucediendo pues de lo contrario, habríamos oído sus disparos. Nick estaba siendo alzado en medio de una marea de brazos que sujetaban sus miembros tirando de ellos en todas direcciones y no tardaría en correr la misma suerte que Andy. Solo uno de los caballos aguantaba en pie, saltando y dando coces en todas direcciones: era Relámpago; la visión de su figura estilizada y corpulenta y el negro azulado de su brillante pelo sobresaliendo entre aquella jauría avivó mi instinto, y escabulléndome entre la multitud, logré saltar a lomos de mi caballo y rescatar a Monty en el último momento. Con el libro en una mano y las riendas en la otra, me fui abriendo paso entre cuerpos que salían despedidos en todas direcciones o cuyos huesos crujían al ser arrollados y pateados bajo los pesados cascos de mi caballo, poco después emprendí el galope hacia las colinas con los gritos infrahumanos de aquellas bestias atroces siguiéndome en la distancia. Solo cuando había dejado de oír sus voces dejé de espolear a Relámpago, el sudor acre del caballo se agolpaba intensamente en mi nariz, el animal estaba al borde de la extenuación, la manta estaba empapada y necesitaba desensillarlo pero no sabía en qué momento volvería a ver a mis perseguidores a lo lejos, aullando como coyotes y caminando entre espasmos.
Sobre el cielo plomizo del atardecer, la noche se fue deslizando a través del horizonte como una gran nube negra, las aves de rapiña que habían estado volando en círculo bajo nuestras cabezas fueron dispersándose y desde la lejanía fue llegando un penetrante aullido, al que no tardaron en sumarse otros, poco a poco los aullidos se hicieron más nítidos mientras descendía bruscamente la temperatura. El viento parecía exhalar mil susurros piadosos pero el frío y el silencio de las rocas habían apagado los labios resecos de la naturaleza, un suspiro implacable latía en el aire y las llamas de la hoguera bailoteaban mostrando un desgarrón de luces y sombras en medio de la oscuridad.
Monty gemía y se quejaba en sueños, su primera reacción antes de despertar fue una brusca sacudida provocada por un dolor reavivado que consumía sus entrañas, temblaba como una hoja sacudida por el viento.
-Te has vuelto loco: susurró con nerviosismo, haciendo esfuerzos por hablar bajo-Has encendido una hoguera; nos verán en millas a la redonda.
-No te preocupes: los dejamos a una jornada de camino y no llevan armas ni caballos, pasaremos aquí la noche y mañana retomaremos al camino hacia la estación de ferrocarril. 
Intentó reincorporarse gimiendo por el penetrante dolor y se desplomó de nuevo, jadeando con impotencia, le puse la mano en el pecho y lo sentí subir y bajar convulsivamente, estaba frío como un tempano.
-Voy a morir, ¿Verdad? dijo con voz quejumbrosa
Levanté su camisa cuidadosamente para examinar su estado y tuve que apartar la vista, pese a todo, intenté recomponer mi gesto para darle impresión de tranquilidad.
-No es grave, te pondrás bien, pero debe verte un médico.
-Vete al infierno: replicó.
-Saldremos de esta: vaticiné-somos amigos, ¿Porqué iba a mentirte?
-¿Quiénes son aquellos que nos atacaron?: murmuró.
-No lo sé: respondí-Pero parecen muy insistentes.
-Porque no son seres humanos: gimió-¿Viste como se comportaban? cogieron a Nick y a Andy entre todos y los despedazaron con sus propias manos, y a mordiscos. Tú estabas allí y lo viste...
-Desde luego: suspiré-Es como si les cegara su objetivo, no les importaba morir.
-¡Porque ya están muertos!: bramó-Son seres sin alma y sin voluntad a quienes se ha privado del derecho al descanso eterno.
-No pienses en eso ahora: dije intentando zanjar el tema-¿Luchaste por la Confederación, verdad?
-Sí: serví a las órdenes del General Braxton Bragg en Chickamauga, estuve con Robert Lee en Wilderness...
 -¿Estuviste en Bull Run?
-Sí, con el Coronel Evans.
-Yo también estuve allí, con la Brigada de Virginia diablos: aún recuerdo aquellas palabras: "¡Allí está Jackson como una muralla de piedra! ¡Pónganse detrás de los virginianos!" menuda tunda les dimos a aquellos malditos yanquis...
-¿Y qué más da?: refunfuñó-perdimos la guerra, ¿O es que acaso no te acuerdas?
Presintiendo que la noche podía hacerse muy larga, me puse a ojear el libro que nos había traído hasta allí, a la luz de las llamas, sus páginas parecían burlarse de mí con una risa macabra.
-Ese maldito libro...dijo Monty quedamente.
Moví la cabeza en gesto de asentimiento.
-¿Sabes leer?: preguntó.
-Fui unos años a la escuela, pero no logro identificar el texto, a simple vista parece una secuencia de símbolos carentes de sentido, e ilustrado con extraños dibujos, puede ser que el libro se encuentre encriptado, en algún tipo de código, ya que algunos símbolos se repiten más que el resto, como si quien lo escribió quisiera plasmar unos conocimientos que no pueden ser revelados a cualquiera.
-¡Arrójalo a la hoguera!: gimió Monty-¿Es que no te das cuenta?: es un libro endemoniado, de saberes malditos que deben ser borrados a través del fuego purificador.
-No tan rápido: resolví-Este libro puede ser nuestra garantía; es lo que buscan nuestros perseguidores y mientras lo conservemos, podremos imponer nuestras condiciones.
-¿Y con quien piensas negociar?: languideció Monty acurrucándose sobre su costado, de pronto se hizo el silencio y ya no volví a escuchar su voz en todo el resto de la noche.
Me había quedado dormido con el libro sobre mi regazo, el fuego se había consumido y el viento arrastraba nubes de polvo incandescente que se elevaban flotando a mi alrededor, amanecía y los primeros rayos de Sol encendían de las rocas de colores ocre y purpura, un coro de aullidos infernales surcaba el horizonte, y no eran los coyotes: eran ellos, y en medio de los estallidos, las turbulencias y las vibraciones de la vida que despertaba, bajo el sol renaciente y con la brisa que susurraba a nuestro alrededor, avanzaban vacilantes, peregrinando hacia su objetivo.
Monty dormía cómoda y profundamente, aunque resoplaba luchando contra las pesadillas, al despertarle dio un respingo y quedó sentado, muy tieso frente a mí.
-Tenemos que irnos: apremié-Nos han encontrado, pronto los tendremos encima.
-¿No dijiste que los habíamos perdido de vista?: gimió mientras intentaba levantarlo, me daba apuro tirar de su cuerpo porque parecía que se iba a partir en dos.
-Vete, déjame aquí: replicó hoscamente. 
-El Ejército de Virginia no abandona a sus heridos: dictaminé.
Ya empezaban a perfilarse las siluetas de nuestros perseguidores acercándose por la llanura iluminados por el pálido resplandor del alba; gruñían y ladraban como perros rabiosos; era un torbellino humano gris y amorfo que amenazaba con devorarnos. A duras penas logré arrastrarle hasta mi caballo, pero en cuanto intenté levantarlo, este se deslizó entre mis brazos como jabón húmedo.
-Pon algo de tu parte: le insistí.
-No puedo, estoy en las últimas: dijo con voz quebrada.
Una vez más, traté de subirle hasta la grupa de mi caballo y nuevamente seguí sin apreciar voluntad alguna por su parte, en lugar de ello se dejó caer, abandonándose a su voluntad.
Ya casi los teníamos encima; los veía acercarse con los ojos inyectados en sangre y la lengua afuera. Desenfundando mi revolver, disparé, derribando a varios, pero tal como temía, esto no produjo efecto alguno sobre el resto, monté sobre mi caballo y seguí disparando en todas direcciones. Llegaban por todas partes; podía sentir el aliento frenético de sus respiraciones, la última vez que vi a Monty yacía jadeando sobre la roca donde lo había dejado pero no lo oí aullar de forma lastimera hasta que lo perdí de vista. 
Relámpago salió disparado en línea recta, con ellos pisándonos los talones, en varias ocasiones resonaron las mandíbulas como el acero de un cepo, mientras mi caballo se erguía para afianzar las patas, rechinando los dientes y embistiendo una y otra vez, yo echaba mi peso sobre las riendas para seguir el rumbo correcto, pero ellos parecían multiplicarse, atacando desde todos los flancos, moviéndose como un torbellino amenazador, tan increíblemente torpes eran sus movimientos y tan amontonados estaban que llenaban mi mente de pensamientos ambiguos mientras sus frágiles cuerpos se partían a nuestro alrededor, pero eran demasiados y aparecían por todas partes. Mi caballo resoplaba exhausto oscilando hacia adelante y hacia atrás seguido por la jauría, cuyos gritos formaban una extraña y sobrecogedora sinfonía, una y otra vez estuvo acorralado y la escena se repitió con la misma insistencia: relinchando ferozmente, se alzaba sosteniéndose sobre sus patas traseras antes de aterrizar golpeando con sus patas delanteras como si quisiera hacer frente a todos, una y otra vez quebró la barrera humana que se había formado frente a nosotros triturando huesos bajo el peso de sus cascos; era un mandato que surgía de las profundidades de la naturaleza salvaje a la que él obedecía. Fugazmente, me fijé en uno de ellos: su rostro estaba horriblemente contrahecho, en su rostro no había expresión de ninguna clase, tenía los ojos desorbitados y el rostro desencajado, Relámpago, saltó hacia su obstáculo y cayó pesadamente sobre él, que quedó partido con la columna de las vértebras saliendo por la espalda, vi a otro con la boca contorsionada enseñando los dientes, que jadeaba y echaba espuma mientras intentaba trepar por el costado, este salió despedido girando sobre sí mismo y emitió un seco crujido al caer. En todo momento intentaban rodearnos, iban dando dentelladas al aire restallando como demonios, y yo, situado en aquella elevación no había sido capaz de ver a quienes se aproximaban por los laterales, por lo que me veía forzado a cabalgar en línea recta hacia el precipicio que no tardó en recibirme con el ominoso estruendo del abismo donde la corriente saltaba convertida en remolinos y espuma que se deslizaba por las rocas. 
Acorralado entre una jauría humana cuyo número no había dejado de crecer y el vacío que se abría ante mí, tragué saliva y tensé las riendas consciente de lo que iba a hacer, el sudor de mi caballo se agolpaba en mis fosas nasales, el animal estaba al borde de la extenuación, unas cuantas rocas se desprendieron del borde del acantilado y cayeron hacia la nada. Por fin, inspiré hondo, cerré los ojos y espoleando a Relámpago me lancé al vacío. El terror se agarró a mi pecho cuanto más me precipitaba hacia los remolinos de agua que se divisaban al fondo, una sensación de ingravidez recorrió todo mi cuerpo, y mientras caía, pude escuchar como desde la cúspide se elevaba un maligno aullido colectivo de placer. 
Cuando pensé que ya estaba muerto, desperté tendido en la orilla, Relámpago yacía a mi lado, su pelaje le brillaba con el fulgor de la seda su amplio pecho y sus poderosos músculos resaltaban como firmes pliegues bajo la piel, pensé que en una agonía inconsciente, había permanecido cogido con ambos brazos a su peludo cuello, mientras este me conducía a través de la corriente hasta que nuestros cuerpos viraron hacia la orilla, había nadado incansable hasta dejarme a salvo y luego, exhausto y casi moribundo, se había desplomado junto a mí.
Aunque magullado y maltrecho, examiné con cuidado el cuerpo de mi caballo una vez que este recobró el sentido, y tras comprobar los arreos, me puse a tirar de él, pero este no logró ponerse en pie; intentó reincorporarse con un esfuerzo convulsivo y después vaciló cayendo entre lamentos, entonces empezó a arrastrarse lentamente sin lograr sostenerse sobre sus extremidades, dos veces cayó cuando ya estaba medio erguido y entonces lo comprendí todo: se había roto una pata chocando con alguna de las rocas mientras nadaba para salvarme la vida; la estrecha unión en la que vivíamos, la intensidad de su mirada hacía se la devolviera sin palabras, con un brillo en los ojos que encendía mi corazón me suplicaba que acabara con su agonía, yo no podía dejarle allí, lo contrario sería dejarle a merced de las alimañas; no tenía otra opción que matarle, pero el agua había penetrado en mi revolver dejándolo inservible; sólo disponía de un cuchillo de caza; él había dado todo cuanto tenía por salvarme y ahora yo debía matarle; sus ojos me suplicaron, me lo imploraron y cuando logré reunir el coraje suficiente, le abracé rodeando su cuello deseando ser yo quien ocupara su lugar.
El lugar era uno de los interiores más suntuosos que había visto en mi vida; medía sus buenos diez metros de largo, los techos eran altos y de escayola lujosamente decorada, grandes ventanales, tapices, cuadros, lujosos muebles recargadamente decorados, una amplia mesa, candelabros, blancas cortinas y una alfombra tan blanda que parecía estar caminando sobre la hierba; cada ventanal estaba hecho de vidrios coloreados que iluminaban la sala de forma deslumbrante, pero en una esquina resaltaba un inmenso espejo frente a cuyo reflejo, no pude resisitir mirarme, y sin pensarlo, de forma casi automática, empecé a posar frente a él.
Mi cliente era un hombre delgado, de aspecto distinguido y larga barba y cabello oscuro, su figura era alta y delgada y sus ojos negros y profundos, estuvo ojeando el libro ensimismado durante varios minutos hasta que alzó la vista para mirarme con gesto aprobatorio y dijo:
-Este es el libro autentico, no cabe duda y por lo que veo, se encuentra algo mojado, pero no importa: ha hecho usted un buen trabajo.
Acto seguido caminó hacia un extremo de la sala y se agachó para abrir la puerta de una caja fuerte; giró varias veces la cerradura y extrajo un grueso fajo de billetes, volvió a cerrar la puerta y se levantó acercándose a mí con aire cortés:
-Aquí tiene lo acordado, puede contarlo si lo desea.
Estuvo unos segundos frente a mí, contemplándome con incredulidad e insistió una vez más:
-Vamos, cójalo; es suyo.
Finalmente, decidió dejar el dinero sobre un mueble cercano y dándome la espalda comenzó a caminar con parsimonia de un lado a otro mientras ojeaba el libro con atención, hasta que volvió a reparar en mi presencia, y dijo, alzando la mirada con aire molesto:
-¿Todavía sigue ahí?
Cerró las tapas del libro, y dejándolo sobre la mesa, dijo mirándome ahora con mayor respeto:
-Intuyo por su mirada que hace poco sufrió usted un remojón...y algo más. ¿Qué ha sido de sus amigos?
En mi persistente silencio debió deducir mi respuesta, y asintió con gesto consternado:
-Ya le advertí que no sería fácil hacerse con ese libro: el brujo de Arizona es un ser malvado y perverso, no cuenta con la disciplina mental y la sabiduría para manejar la Magia con mesura; nuestro mundo está lleno de gente con sus propios egos y engaños, otros prefieren buscar saberes menores pero los mejores siempre aspiran a más, él en cambio es un ser ignorante poseído por el afán de poder, cegado por una ambición que escapa a toda racionalidad, solo dios sabe lo que estaría dispuesto a hacer si lograra descifrar el contenido del libro.
Sin proponérmelo, me fijé en sus ojos que miraban completamente desconcertados, en su enigmática expresión y en su semblante sombrío.
-Pese a considerar que mis ojos ven tanto como los suyos, intuyo que quiere decirme algo: prosiguió-Podríamos conversar de mil cosas portentosas, pero veo en usted un temperamento pragmático. ¿Quiere decirme algo, verdad? pues adelante, hágalo sin miedo...
-Perdí a mi caballo: restallé-El mejor caballo que ha existido nunca...
Esta vez tardó algo más en recuperar su compostura; debió ser por el tono de mis palabras o por lo breve y conciso de mi respuesta.
-Entiendo su malestar: dijo con aire sereno-Aquí, en la gran ciudad, cumplen su papel; son un elemento más del paisaje, pero sé que en aquellas tierras salvajes, los caballos son muy apreciados, he oído decir que allí, el robo de un caballo se castiga con la vida ¿Es eso cierto?
Tras un breve silencio, prosiguió:
-No se preocupe: estoy dispuesto a reparar esa pérdida irremplazable, pero dígame: ¿Cuál es el precio de un caballo...? ¿Cuál es el precio del mejor caballo ofrecido a subasta:..? Dígame entonces una cifra...
-No quiero su dinero: respondí-Tan solo respóndame a una pregunta: ¿Todo lo que ha sucedido ha sido por causa de un viejo libro carcomido y mohoso?
Esta vez, fui yo quien no obtuvo respuesta: se irguió sorprendido y temeroso al escuchar mis palabras y comenzó a retroceder lentamente mientras yo apartaba el guardapolvo para desenfundar el colt que colgaba en mi cinto. Mi mano se cerró en torno a la culata al tiempo que empujaba hacia atrás el martillo percutor, momento en que sus penetrantes ojos se posaban en los míos; involuntariamente, mi vista se proyectó de nuevo hacia el espejo que tenía enfrente, de pronto, un viejo reloj empezó a sonar y la temperatura bajó en un instante. Unas fauces mudas se cerraron a mi alrededor y sentí como era succionado y arrastrado hacia la superficie plana del cristal. Cuando quise reaccionar, quedé postrado, por la angustia: yo seguía allí pero no estaba en el mismo lugar: mi perspectiva había cambiado y mi noción del espacio que me rodeaba se había invertido, ahora lo que tenía enfrente era a mí mismo en el otro lado de la habitación, y estaba allí inmóvil, en la misma posición que había quedado un instante antes.
Entonces, tras un silencio impregnado de misterio, comenzó a resonar una voz completamente fría y desprovista de pasión: aquella voz retumbó en las profundidades de un mundo inhóspito, vacío, desierto.
-Adentrarse en la magia del espejo es recorrer la senda del conocimiento, pasando por el miedo al doble y por la confusa identidad que nos hace desconocidos ante nosotros mismos; un espejo puede servir para adivinar el futuro, convocar a los muertos y alcanzar la piedra filosofal, pero el espejo es también un portal: el hechicero aspira el alma del incauto a través de alguna puerta o ventana y una vez se ha apoderado de ella, se convierte en el amo absoluto de su víctima, porque ha convertido a esta en un ser carente de toda inteligencia y raciocinio que en adelante obedecerá las ordenes de su amo sin ninguna objeción.
Entonces comprendí: mi alma estaba atrapada en el espejo y aquel brujo era dueño de mi cuerpo; la niebla y la oscuridad se habían desplegado ante mí; no podía moverme ni hablar, ni tan siquiera formular pensamientos; en mi interior todo se volvía oscuro. Aterrado, comencé a pedir auxilio a gritos mientras veía mi ser desde el otro lado, allí petrificado; parecía que iba a quedar abandonado en un vacío sin sueños, o en un sueño sin vigilia, a mi alrededor no había nada excepto el abismo. 
Aquella voz prosiguió hablando y los intervalos de silencio fueron llenándose con el sonido de su propio eco:
-Podría convertirle en un exclavo completamente sometido a mi voluntad porque tengo su alma cautiva; su parte consciente sería un espectro retorcido y sin forma mientras su otro yo material vagabundea reducido a una masa sin conciencia, pero prefiero castigar la desmesura desde normas objetivas; la mayoría de los magos poseemos una ética que nos impide hacer daño, ya vemos suficiente magia en la vida diaria, por lo que no necesitamos utilizar los hechizos para someter a los demás.
De pronto, sentí una agitación profunda en mi interior, luego mi cuerpo se dividió en fragmentos que saltaron esparciéndose por los aires hasta que volvieron a juntarse pieza por pieza. Ahora tenía su rostro de nuevo frente a mí, y me fijé en sus ojos semientornados, parecía observarme como un profesor a un alumno díscolo.
-Ya ha visto a lo que llevan las decisiones guiadas por un temperamento impulsivo: a la total perdición de la mente y del alma. Ahora coja su cochino dinero y lárguese de aquí, y jamás vuelva a apuntarme con un arma.

La vieja puerta de madera cedió sin mucha dificultad, como la vez anterior, y apenas irrumpí en la vivienda salió a mi encuentro el viejo chiflado con ademan hostil, tenía la cara afilada, de rasgos  pronunciados y rematada por una larga barba de chivo, grandes ojos negros, de fijeza atónita, pelo lacio y revuelto, mejillas prominentes y labios delgados; lucía entre sus adornos de brujo un largo collar hecho con huesos que colgaban a modo de amuletos.
-¡Es usted otra vez!: exclamó-El mismo que asaltó mi morada junto a sus compinches para robarme el libro de conjuros, y sigue desprendiendo ese mismo olor a estiércol de caballo...
-Con los huesos de mis amigos se ha hecho esos amuletos que cuelgan de su cuello: observé-Y seguro que ha usado la grasa de sus cuerpos para elaborar sus pócimas. Debería freírle a tiros ahora mismo, y sin embargo, aquí me tiene: dispuesto a hablar de negocios, pero tengo el gatillo fácil, así que no tense mucho la cuerda.
Después de observarme un rato sin pestañear, preguntó:
-¿Y qué es lo que ha venido a ofrecerme?
-Lo mismo que le arrebaté: respondí
-¿Donde? declamó gesticulando con expectación-Muéstremelo.
-Cálmese: atemperé-No sólo llevo el polvo del desierto pegado a mis ropas, también vengo con el trasero molido por el largo viaje en tren que me ha llevado y traído desde Nueva York.
Esta vez se acercó hasta situarse justo enfrente de mí, y poniéndose de puntillas para compensar nuestra diferencia de altura, intentó taladrarme con la vista sin éxito.
-¿Está insinuando que vino aquí por encargo del Brujo de Nueva York?
-Así es: asentí.
Esta declaración pareció alterarle aún más: apartándose de mí con aire destemplado, comenzó a caminar de un lado a otro, sacudiendo la cabeza entre gesticulaciones:
-Ese ignorante almidonado con ínfulas de aristócrata me la ha vuelto a jugar, pero nunca pensé que llegaría a caer en un acto tan rastrero como el de contratar a un grupo de pistoleros para asaltar esta noble morada, templo del saber ancestral.
-Yo no subestimaría sus poderes: opiné-He sido víctima de sus hechizos y no puedo decir que tuviese una grata experiencia.
-¿De verdad?: rezongó-¿Y qué fue lo que hizo?...Déjeme adivinarlo: le hizo creer que tenía su alma atrapada en un espejo. ¿Me equivoco?
Asentí en silencio, mudo de admiración, lo que le hizo soltar una sonora carcajada: rió holgadamente, doblándose sobre sí mismo hasta que logró reponerse sin llegar a recobrar plenamente la compostura, lo cual me hizo intuir lo que iba a revelarme a continuación:
-Pues entonces, déjeme decirle que ha sido objeto de un acto de sugestión; hipnosis como se conoce vulgarmente: ese charlatán soberbio y arrogante, nunca dejará de ser un vulgar mago de salón. Precisamente fui yo quien le enseñó ese truco, y usted lo creyó todo a pies juntillas. ¿Qué se puede esperar de un cateto de pueblo que huele a estiércol de caballo, sino ser engañado por un sacamuelas, por un brujo de barraca de feria?
-Diez mil: dije
-¿Cómo?: balbuceó, con la risa congelada en su semblante.
-Diez mil dólares: eso es lo que le costará recuperar el libro, y cada vez que sea objeto de sus burlas, el precio subirá de forma considerable.
-¿Cómo osa ponerme condiciones?: restalló-Yo he tenido entre estas paredes a congresistas, a personalidades de la nobleza europea. Gobernantes, altos dignatarios, acuden a mí para pedirme consejo y orientación. ¿Quién es usted? un personaje insignificante sin ningún talento destacable excepto para el robo de ganado.
-Quince mil: decreté.
-¿Me está tomando el pelo?: replicó el viejo, preso de un malestar creciente-¿Ha venido a hacer negocios o a succionarme la sangre?
-Animo: resolví-Piense que pronto volverá a tener el libro entre sus manos, imagínese navegando de nuevo entre sus páginas y descifrando los misterios que se ocultan tras aquellos símbolos.
Esta sencilla arenga provocó un arrebato repentino en el estado de ánimo del viejo que lo llevó al borde del delirio, y sujetándome por la solapa: se puso a zarandearme, llevado por el éxtasis:
-En ese libro es donde se recoge toda la sabiduría transmitida a lo largo de los siglos por incontables generaciones de brujos; yo solo he logrado transcribir algunos fragmentos dispersos, apenas unos retales en la vasta cosmogonía del libro, y eso me ha conferido un poder inimaginable: puedo adueñarme de las voluntades humanas y viajar por el mundo de los espíritus; si consiguiera traducir el libro en su totalidad, podría traspasar ese otro mundo donde habitan los seres privilegiados y manejar las fuerzas del universo a mi antojo; no existiría límite alguno para mí...
Cogiéndole por las muñecas, tiré hacia ambos lados de ellas para zafarme de él mientras decía:
-Entonces: ¿Puedo considerar cerrado el trato?
El viejo recompuso su gesto y tras un amago de compostura dijo:
-Podría aceptar su trato, pero dígame: ¿Qué sucedería si el Brujo de Nueva York volviese a pagarle para recuperar el libro?
-Si el brujo de Nueva York o el de cualquier otro estado me hiciese una oferta mejor, entonces yo volvería aquí para arrebatarle el libro de nuevo, y si tuviese que matarle para conseguirlo, no dudaría en hacerlo.
Murmuró para sus adentros durante unos instantes, pensativo hasta que acabó irguiéndose con la vanidad del loco y dijo, sonriendo:
-Es un placer hacer negocios con quien tiene las ideas tan claras, pero he apreciado un curioso rasgo en usted: durante toda nuestra conversación, ha rehuido mirarme a los ojos ¿Porqué? 
-No voy a mirarle a los ojos: respondí secamente-He aprendido de mis errores.
-Entiendo: convino con sonrisa irónica-Ya que vamos a cerrar un trato que supone un importante desembolso por mi parte, supongo que debería firmarme algún papel...
-No voy a firmarle nada: rehusé.
-Siendo así, me conformaría con poseer algún objeto suyo...
-No voy a entregarle nada que haya estado en contacto íntimo con mi persona.
-¿Qué tal un apretón de manos?: perseveró.
-Como ya le he dicho: he aprendido de mis errores.
-Está bien: capituló-¿Podría al menos conocer su nombre?
-Nadie: contesté
-¿Perdón, como ha dicho?: preguntó ladeando la cabeza.
-Para usted yo no soy nadie: respondí-Por eso mi nombre es nadie.

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