Dámelo


Se les podía oler antes de verlos: su aliento amargo, el sudor seco de sus ropas mezclado con el aroma químico del desinfectante que impregnaba los pasillos, mas tarde se oían los susurros incoherentes tras el aire cerrado de las celdas; lo llamaban así: centro de atención mental, habían elegido este nombre para quitar hierro a la situación, pero para mí, era el manicomio, el cotolengo, y para las altas instancias a las que yo representaba, se trataba de una institución cuya continuidad dependía de la voluntad del nuevo aparato ejecutivo, y mi papel consistía en evaluar la viabilidad de este tipo de centros en la política social del nuevo gabinete de gobierno.
Existían intereses contrapuestos, ya que estaba sobre la balanza el derecho de los enfermos mentales de recibir un trato humano, por otro lado, pesaba la conveniencia o no de tener a estas personas encerradas como reclusos, derechos que debían coexistir con el veto de un amplio sector de la ciudadanía que contemplaba la seguridad como un tema primordial. Y allí estaba yo, atrapado en la mitad de un fuego cruzado.
No tenía ninguna ilusión con aquel proyecto, pensaba que convenía moderar los gastos sociales y que la mayoría de aquellas gentes, estaban tan locas como yo, que si las habían encerrado era por alguna razón: o bien porque alguien había decidido que no podían convivir con la gente corriente o para eludir el ingreso en prisión, lo cual daba para otro debate a parte, pues no eran pocos los que creían que recalar en una institución psiquiátrica era como alojarse en un hotel. Luego, al llegar y ver el panorama, solían cambiar de idea, tarde y de forma irreversible. El resultado final es que unos se adaptaban al medio y se volvían locos de verdad, mientras otros aceptaban su situación a regañadientes y con resignación, aunque esos últimos eran los menos; los que en un centro penitenciario, habrían cursado una carrera o aprendido un oficio logrando el objetivo final de la reinserción.
-El director de este centro le da la bienvenida, y como miembro de la institución a la que represento…
-Por mí, puede ahorrarse toda esa jerga. Vamos: que no me interesa.
-De acuerdo: reconvino, recomponiendo su gesto: tendió la palma de la mano abierta hacia mí y preguntó:
-¿Usted es…?.
-Eso es lo de menos: muéstreme el centro y acabemos cuanto antes; esta situación es tan desagradable para mí como supongo, debe serlo para usted.
-Un reformista recalcitrante, ¿Verdad?.
-Si prefiere expresarlo así…
-De modo que era eso: constató-Traen a un inspector para tranquilizar a la opinión pública y mostrar así su buena voluntad.
-Nadamos a contracorriente: la política social de este país, se halla orientada hacia el objetivo de moderar el gasto público.
En ese momento, percibí que a él tampoco parecían interesarle mis explicaciones, lo cual no dejaba de resultar chocante: aquel cuyo trabajo consistía en escuchar, no mostraba el más mínimo interés en escucharme; empezábamos bien.
Mi anfitrión era un hombre alto y delgado, de mediana edad y vestía con una pulcritud anticuada, aunque sin llegar a la rigidez, y como yo no había querido revelarle mi nombre, él tampoco me dijo el suyo. Pensé que habíamos llegado a un acuerdo tácito con el fin de llevar a nuestra manera una situación non grata para ambos.
Comenzamos a caminar avanzando por interminables pasillos. Mientras doblábamos una esquina, escuché su voz, intentando reanudar la conversación.
-Existe la opinión generalizada de que aquellos a los que llaman locos, o vulgarmente “pirados” no pueden ser reinsertados en la sociedad, pero mi experiencia, no indica eso en absoluto.
-Muy conmovedor: pensé-Pero para eso, ya tenemos las cárceles.
-Como podrá imaginarse: prosiguió-Buena parte de mis pacientes presentan problemas de adaptación y su tratamiento no siempre es fácil: no pueden controlarse ante situaciones que requieren autocontrol y en consecuencia, sufren.
El pasillo era estrecho y con altas ventanas que ofrecían una buena vista de los alrededores, la fachada del edificio principal con su anexo enfrente y el patio de cemento. Más allá, se encontraba el hospital y el pabellón de internamiento, todas las instalaciones estaban comunicadas por medio de aquel pasillo, lo cual permitía desplazarse hasta cualquier lugar, no sin antes familiarizarse con el complejo laberinto de puertas y de largos corredores que partían en todas direcciones; todo un compendio de arquitectura moderna y funcional aplicada.
-Por su expresión, puedo detectar ciertas reticencias: soslayó-Pero estoy seguro de que cuando vea como tratamos a los pacientes, cambiará de opinión: he ideado un método nuevo para curar sus dolencias.
-¿Y en qué consiste ese método?: pregunté, con una cierta desgana.
Su cara se iluminó de repente:
-En cierto modo, me alaga descubrir su interés por mi trabajo: dijo sonriendo-Pero antes de nada, debo añadir que cuando hablo de ciencia médica, lo hago en un sentido amplio: como sabrá, no todo es tan fácil tratar las dolencias mentales: existen retazos, garabatos, historias inacabadas que subyacen bajo sucesivas capas superpuestas, pero para eso estamos aquí: para llegar hasta el fondo.
Asentí en silencio a sus explicaciones, pero en mi fuero interno, comenzaba a notar todo aquello muy extraño: recordaba el calor opresivo de afuera, casi como un horno, pero allí dentro, parecía una nevera: a alguien se le había ido la mano graduando el aire acondicionado.
Escuché pasos apresurados detrás mío: una figura chocó contra mí. Me giré aturdido por el impacto y vi lo que parecía un interno debatiéndose desesperadamente para zafarse de un guardián alto y robusto. Dos o tres personas aparecieron detrás, corriendo sofocadas a través del pasillo y lo acabaron de inmovilizar, lo tenían sujeto de forma tan brutal que parecían querer partirlo en dos.
-¡Basta!: restalló mi anfitrión señalándome con la cabeza-¿No ven que tenemos invitados?
En ese momento, observé que el forcejeo había cobrado un aire más tranquilo y que el interno ya no ofrecía resistencia. Me incliné para verle la cara, pero no tenía expresión, la carne exhausta de su rostro estaba estirada de forma que brillaba por la tirantez; tenía hematomas en sus pómulos y restos de sangre reseca sobre su piel, lo que atribuí a alguna pelea reciente en la que habría participado. Más tarde, la lucha cesó y fue alejándose a través del pasillo, sujeto de pies y manos por sus captores.
-¡Llévenlo a la sala!: ordenó mi acompañante, la autoridad de su voz había comenzado a amedrentarme.
-¿Se administran calmantes a los internos?: pregunté.
Esta observación, pareció alterar su estado de ánimo, vi como inclinaba la cabeza y se retorcía las manos nerviosamente: parecía contrariado en alguna de sus convicciones.
-Ya le he dicho que tengo mis propios métodos…
Aparecieron varios individuos más, caminando apresuradas. Vi que se detenía para hablar con uno de ellos y que se sobresaltaba ligeramente, luego permaneció pensativo, se volvió hacia mí y preguntó.
-¿Quiere acompañarme?
Mientras me conducía a través del pasillo, le observé disimuladamente, este debió de darse cuenta y vi que por su parte, me observaba con el mismo disimulo.
Paramos frente a una de las puertas y al entrar en la sala, el olor que surgió de allí, me revolvió el estómago, transcurrieron uno o dos minutos antes de que mi mente aceptara como real lo que tenía delante y cuando lo vi: el espectáculo que se abrió ante mis ojos alteró cada uno de mis sentidos, contemplé varios cuerpos que yacían tumbados y amordazados sobre una hilera de mesas de mármol que se extendían a lo largo de toda la sala. En aquel recinto, el frío era más intenso todavía y los blancos mosaicos de las paredes, estaban salpicados de rojo, el suelo estaba resbaladizo por los charcos de sangre y en aquellos puntos donde el líquido se había condensado, podían verse grumos de coágulos flotando en la superficie.
Cuando me volví para mirar a mi anfitrión, un auxiliar le había llevado una bata blanca que le estaba ayudando a ponerse. Dijo sonriendo:
-Mi querido funcionario: hoy tendrá el privilegio de asistir a una clase práctica.
Llegó un subordinado portando una bandeja con ruedas donde podían verse los instrumentos más dispares. Al verle, señaló uno de los objetos y dijo:
-Dámelo.
Entonces, comencé a sentir un arrebato de locura agitándose en mi interior: ¿Iba a utilizar aquel objeto?: pensé-No…no será capaz: dije para mis adentros.
Cuando se acercó a aquel cuerpo, comencé a temblar incontroladamente, mis cuerdas vocales se tensaron intentando emitir un grito, pero no pude.
-Este paciente, sufre un cuadro de dolencias que podrían tratarse con mayor o menor fortuna siguiendo un esquema convencional: señaló dibujando cortes y surcos imaginarios en el aire con el cuchillo que sujetaba-He atendido muchos casos como este a lo largo de mi carrera, pero la clave de todo, consiste en aplicar dos baremos: constancia y determinación.
Los temblores sacudían mi cuerpo y mi cerebro hervía intentando aferrarse a un último escollo; estuve a punto de desplomarme: le estaba extirpando los ojos, la lengua y los genitales, yo miraba el cuchillo moviéndose y manchándose de sangre que corría deslizándose a través de la mesa hasta caer al suelo.
Esbozó una sonrisa forzada y siguió hablando, su voz sonaba serena y bien modulada.
-Se preguntará sin duda porqué hago todo esto. Pues bien: todo tiene una causa y una explicación: esta operación, permitirá a mi paciente aprender a utilizar la demás funciones corporales que habían quedado atrofiadas debido a un uso exclusivo de estos tres órganos.
Dejó el cuchillo a un lado de la mesa, junto a aquel cuerpo mutilado, luego se acercó a otro que tenía la cabeza rapada, no tardé en averiguar la razón, vi cómo trazaba una línea sobre su cráneo afeitado con un rotulador que extrajo de un bolsillo de su bata, acto seguido, volvió a señalar la bandeja y apremiando repitió:
-Dámelo
La sierra circular comenzó a deslizarse entre piel y tejidos; yo no pude seguir mirando: me di la vuelta y mientras lo hacía, escuché la radial girando con la voz del asesino como fondo:
-A este paciente, comencé a tratarle ayer, algunos casos como el que nos ocupa en estos momentos, pueden curarse con relativa rapidez, otros requieren algo más de tiempo; la ciencia médica actual suele tratar los síntomas, pero mi nuevo método busca las causas del mal a   curar: el cerebro es el asiento o instrumento de enlace entre la circulación arterial que discurre a través de los nervios y el sistema   circulatorio que regula el flujo cardiaco. El flujo sanguíneo se propaga a través de una serie de terminaciones nerviosas y retorna por otros conductos. Si se altera el flujo sanguíneo, tenemos una congestión de la masa cerebral que podría derivar en episodios de psicosis paranoide: debemos pues de actuar sobre el cerebro para atajar el problema.
Cuando me volví para mirar, el rostro de mi anfitrión era un muñón ensangrentado que hacía de contra fondo frente a una pared salpicada de rojo: sus ojos se abrían y cerraban con hambre y presos de la excitación, sujetaba la sierra que giraba rugiendo y su sonrisa se había tornado una mueca grotesca. Con la sierra girando entre sus manos, caminó hacia un revoltijo de miembros que se retorcía y agitaba para liberarse de las correas e inclinó el instrumento sobre aquel cuerpo: el ruido de la sierra desgarrando la carne y seccionando el hueso, era ensordecedor y los gritos invadieron toda la sala, el chorro de sangre saltó en todas direcciones, estuve a punto de desplomarme. Vi a mi anfitrión diciéndome algo, pero mis oídos estaban sordos ante su voz. Cuando salí de la burbuja, todo lo que vi fueron las piernas colgando y los brazos separados del cuerpo, cuyos miembros arrancados se agitaban convulsivamente como los de una marioneta.
-Este paciente, presentaba una anomalía que le impedía coordinar sus actos, de modo que mientras el cerebro le ordenaba una cosa, los miembros actuaban de forma independiente: disfunción del aparato locomotor, como se conoce a este tipo de dolencia.
Dejó la sierra junto al cuerpo descuartizado y señalando la bandeja, repitió una vez más aquella expresión recurrente:
-Dámelo.
Esta vez, vi como sujetaba un cuchillo de mayor longitud y diámetro que el anterior; era un instrumento largo y afilado, de carnicero. Sus ojos dejaron de pestañear por un momento y se clavaron en mí: una mirada inquisitiva asomó por su cara, yo no podía decir nada, lo contrario habría conllevado quizás el acto de delatarme.
Con el cuchillo en alto, caminó hasta situarse al lado de otro cuerpo que se agitaba febrilmente y dejó caer la hoja una y otra vez, la hoja rasgó su piel y se hundió en su cuerpo, la carne se abrió y la sangre fluyó a borbotones. Vi las contorsiones y escuché los gritos, cada vez más apagados hasta quedar convertidos en un leve sonido agónico. Ya no podía resistirme a mirar, estaba como hipnotizado. Cuando todo cesó, el olor que desprendían las entrañas humeantes inundó mis fosas nasales, la brillante carne había quedado abierta por profundos tajos. Allí yacía el cuerpo, sangrado, rajado y abierto como un pez y con las vísceras al descubierto.
La voz que resonó en mis oídos a continuación, parecía una burla.
-El aparato digestivo, también juega su papel en determinado tipo de dolencias, como podrá observar: cada tipología de mal, tiene su tratamiento específico…
Enmudecido, fui conducido hasta una sala adyacente, aunque por aquel entonces, todas las puertas cerradas de aquel largo pasillo me sugerían la palabra muerte, me acompañaba mi anfitrión y sus ayudantes; los notaba observándome detenidamente, atentos a mis reacciones, oliendo el miedo que anidaba en mí, podía sentir su aliento en mi nuca y escuchar los murmullos y las risas que revoloteaban a mi alrededor.
El aire vibró al abrirse la puerta y a través de ella, pude ver las caras, casi etéreas e inmóviles que flotaban en la penumbra, observando los montones de ropas y pertenencias desperdigadas por el suelo, pude ver las ropas de los doctores, de los enfermeros y hasta los uniformes de los celadores con las placas de identificación correspondientes, mi cerebro llevaba tiempo negándose a reaccionar, pero ahora empezaba a comprender lo que veía: mi razón hablaba con voz silenciosa y mis pensamientos más íntimos gritaban pidiendo socorro.
-Este es mi preferido: dijo la voz de mi anfitrión, refiriéndose a una de aquellas personas que yacían desnudas y amordazadas en aquella sala oscura.
Me volví hacia él, perplejo y prosiguió:
-Fue el director de este centro, antes de ser cesado.
Me sorprendí a mí mismo preguntando:
-¿Y quién le cesó?.
-El consejo que yo presido: aquí aguarda junto al resto de mis pacientes su turno para ser operado; uno a uno irán siendo examinados para determinar su mal y obrar en consecuencia.
No me atreví a comentar nada más, todo cuanto quería era irme de allí. El supuesto director del centro y sus ayudantes, sonrieron afablemente.
-Bien: supongo que podemos dar la visita por terminada, me despido de usted no sin antes emplazarle a que cumpla su trabajo y redacte su informe, del cual espero un análisis objetivo. Y no olvide volver: esperamos su visita cordial otro día en que estemos menos saturados.
-Aquí estamos: dijo el hombre que estaba a su lado, mirándome fijamente.
Le di la mano cortésmente a mi anfitrión e insistí en que podía regresar solo, les dije que conocía perfectamente el camino, y me aventuré a recorrer el largo pasillo, procurando apartar de mi mente los ojos que sentía clavados en mi espalda; debía centrarme solo en avanzar y en no mostrar el menor atisbo de pánico: tracé una línea imaginaria a través del laberinto de puertas intentando seguir recto y sin mirar atrás, pero al doblar la primera esquina, mis piernas se dispararon como resortes y empecé a correr como un poseso.

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