Corazones errantes
Uno de mis pasatiempos preferidos consistía en ir a las afueras y recorrer el parque desde donde se veían las casas de los Duvall y de los Forrest quienes vivían lujosamente dirigiendo los destinos de todos; en cierto modo, envidiaba su forma de vida, con aquellas torres dominando la colina, aquella piscina que en Verano se llenaba de gente venida de todas partes, celebrando fiestas que se prolongaban hasta la mañana siguiente y con aquellas vallas rodeando la propiedad, como las murallas de un castillo medieval. A veces, me imaginaba a mí misma viviendo allí con Joel y no me importaba si me criticaban por mis ideas extravagantes.
Solía citarme con Joel en el mismo lugar desde hacía ya tiempo: caminábamos por la vereda que discurría en las afueras desde donde se divisaba la alta colina con sus lujosas torres; los árboles se agitaban con las primeras brisas de Otoño dejando caer sus hojas secas sobre la tierra húmeda, recuerdo que a ratos me sentía intranquila durante aquel encuentro; supongo que con los días, se había ido apoderando de mí la curiosidad por saber algo más de él, de su misterio y de su mutismo prolongado.
Mi mente se concentró en su rostro, en los músculos de su cara y le miré sin que él se diera cuenta, midiendo sus facciones rectas, su largo mechón cubriendo parte de su frente, la curva de sus labios, sus ojos, los músculos que se adivinaban tras la ropa y la sangre que circulaba bajo la piel elástica de sus brazos. A veces se volvía hacia mí para mirarme con sus grandes ojos de niño, como el niño del que me había enamorado a primera vista, pero ahora tenía la boca más dura, y los besos que le robaba tenían un sabor extraño. Sabía que podía obligarle a hablar con el pensamiento; viéndole, creía saberlo todo de él, tenía esa facultad, y si quería, podía hacerle decir todo lo que quería oír, palabras de amor, frases hechas y alguna que otra promesa pero ¿Qué sentido podía tener todo aquello? prefería saber la verdad.
-No quisiera parecerte entrometida: dije-Pero nos conocemos desde hace tiempo y todavía no se nada de ti; siempre te veo encerrado en tu pequeño mundo y creo que me ocultas algo ¿Quieres que hablemos o prefieres seguir como hasta ahora?.
Tenía la cara rígida; parecía haberle exasperado lo directo de mis preguntas pero yo sólo quería escuchar su voz, saber que el ser con quien yo estaba era real; había esperado pacientemente el momento idóneo para decírselo y allí estaba junto a él, casi temblando.
De pronto me miró, cogiéndome las manos, me observó con los ojos como platos, acarició mi pelo con el más cariñoso de los gestos y dijo:
-No sé si estás preparada para conocer la verdad.
-Lo intentaré: respondí.
Seguimos paseando en silencio mientras sus ojos azules y místicos recorrían su entorno. Su cara estaba cerrada y su personalidad oculta en un mundo inaccesible, así me sentí mientras observaba sus rasgos. Y mientras le estudiaba, su cara comenzó a alterarse: estaba pensando algo y podía ver como se gestaba en su boca.
-Ven: siéntate: dijo llevándome hasta un banco del parque por donde descendía la suave brisa que mecía las ramas de los árboles, y cogiéndome las manos con fuerza, musitó:
-Mírame a los ojos.
Por un momento, pareció brillar una luz y pude verme a través de sus ojos: sentí un hormigueo y un tirón de piel y a través de él, pude ver mi entorno, poco más tarde, nadaba en su interior sumergiéndome en las aguas profundas de donde procedía su energía. Ahora estábamos en el mismo escenario pero en otra época distinta; éramos otros pero seguíamos siendo él y yo, unidos por un amor que atravesaba las barreras del tiempo y del espacio, allí donde nuestros corazones llenos de vida se encontraron y se unieron como un solo ser.
Íbamos cogidos de la mano y él caminaba a mi lado en silencio, todo parecía tranquilo y así prosiguió durante bastante tiempo cuando de pronto, una bandada de palomas remontaron el vuelo ahuyentadas por el ruido: ya no éramos los únicos que frecuentaban el parque, alguien nos parecía estar observando, comencé a tener miedo y mientras él me arropaba entre sus brazos, una ráfaga de aire gélido pareció engullirnos. Oímos voces y risas a nuestro alrededor, una mancha negra emergió entre las muchas sombras que nuestra vista alcanzaba a ver y ese borrón creció hasta envolvernos, vi las caras excitadas y mi cabeza se llenó de voces y de frases obscenas. Nos atacaban por todas partes: él intentó defenderme interponiéndose entre nosotros y nuestros agresores, me dijo que huyera y lo intenté, pero pronto me acorralaron entre tres o cuatro y me arrojaron al suelo. A él no tardaron en tumbarle y entre varios lo inmovilizaron mientras otros le golpeaban. Pude oír como gritaba repitiendo mi nombre varias veces antes de ser engullido por aquella masa de cuerpos crispados y unidos por la misma agitación desordenada. Yo no grité, no podía, pero mis ojos estaban desorbitados a causa del miedo y del dolor, lo vivía todo intensamente y entre nubes de sudor rancio, el aliento amargo de sus bocas golpeando mi cara, sus cabezas sobre la mía y sus voces moldeadas por el instinto primario.
Tenía toda la fuerza que infunde el miedo pero de nada me servía: sus manos se agitaban alrededor de mí, forcejeaba intentando escabullirme, pero era como luchar contra una tormenta. Mi piel se tensaba sobre los huesos, mi carne se oscureció con los golpes, todo mi cuerpo era una magulladura, luchaba y me debatía desesperadamente en vano: estaba tumbada boca arriba con la ropa hecha jirones, viendo aflorar las marcas de la angustia sobre mis miembros; cada vez me costaba más respirar y el peso de aquellos cuerpos me aplastaba. Mientras unos me sujetaban los brazos, otro levantaba mis piernas y se echaba encima mío, jadeando y exhalando suspiros entrecortados, podía ver su cara balanceándose adelante y hacia atrás y sentía como mi cuerpo se desgarraba por dentro. Poco a poco se fue nublando mi vista y fui tragada por la oscuridad de un silencio abrupto; rostros deformes me miraron desde el fondo del pozo y unas garras enormes tiraron de mí, arrastrándome hacia las tinieblas.
Plano a plano, mi entorno volvió a rehacerse, lentamente aparecieron los árboles, el camino y la carretera, las flores y los matorrales: estaba frente a él; no nos separaban más que unos palmos de aire, nuestros ojos se volvieron a encontrar e intercambiamos una mirada común al mundo de los vivos y de los muertos; un nuevo contacto para librarme de mi letargo.
-Ahora, ya sabes la verdad: dijo apesadumbrado.
-¿Y qué sucedió luego?: pregunté.
-Te mataron: respondió secamente-A mí me dejaron vivir, pero no por mucho tiempo: sus familias tenían mucha influencia y yo sólo era un muerto de hambre; gracias a ello, consiguieron acusarme a mí de tu muerte…iban a juzgarme y a condenarme, no lo pude soportar y me ahorqué en mi celda.
-¿Quiénes fueron?: pregunté.
-Fueron ellos: respondió, girando su cabeza hacia la colina donde vivían los Duvall y los Forrest-Uno de ellos se sentía atraído por ti, pero al verse rechazado, pidió ayuda a sus amigos para vengarse. El resto ya lo sabes.
Durante varios segundos, Joel permaneció en silencio intentando contener su rabia; viéndole así, parecía que toda su preocupación consistía en que yo no llegara a verle alterado.
-Los responsables de aquello ya no están entre nosotros: prosiguió-Pero sus descendientes viven allí, sus familias utilizan su poder para tomar decisiones que pueden cambiar las vidas de seres ordinarios como nosotros; no tienen piedad con quienes son más débiles que ellos; son seres faltos de compasión que deciden fríamente quien merece vivir con los justos y quien no.
En su mirada, había un amor incondicional hacia mí. Le besé como nunca me había atrevido a hacerlo, haciendo correr las yemas de mis dedos por su cara. Había palabras diminutas escritas por todo su rostro, lo cual era para mí una prueba de que todo cuanto había vivido era real como el tiempo presente.
La estación de Otoño avanzaba y con la proximidad del crepúsculo, el aire comenzaba a refrescar. Poco después de la puesta de Sol, podía verse el cielo teñido de un intenso color violeta y las nubes a lo lejos parecían una prolongación del horizonte. El camino que iba serpenteando hacia la colina estaba salpicado de guijarros y cubierto a ambos lados por la maleza. Según avanzábamos, se iban definiendo las formas de la colina con sus torres y sus árboles frondosos, a lo lejos, podía verse la carretera general con algún camión que pasaba a toda velocidad. Atravesar la valla no debía suponer ningún problema: Joel aseguraba conocer varios puntos negros por donde podía colarse cualquiera sin ser detectado por las cámaras ni los sensores, llegamos llegado a la valla que discurría alrededor de la colina. Joel cogió las dos bolsas que llevábamos y las arrojó al otro lado; aquel tramo de valla quedaba interrumpida en su parte inferior presentando un hueco lo suficientemente ancho como para dar cabida a un cuerpo humano. Joel pasó primero reptando y luego me ayudó a deslizar mi cuerpo por el suelo sin que este rozara la línea desgarrada del metal electrificado. Desde una cierta distancia, podían oírse las voces y las risas de la gente que iba y venía de un lado a otro del jardín corriendo alrededor de la piscina.
Joel me dio la bolsa y dijo:
-Sobre todo, recuerda: cuando escuches los primeros disparos, los podrás ver corriendo en todas direcciones, pero todos los que no huyan hacia la casa: deben de dar la vuelta a la piscina, por lo que irán a confluir en una misma dirección: si disparas en ese momento, puedes matar a muchos ¿Te sientes capaz?.
-Confía en mí: respondí.
-Yo me encargaré de los que huyan hacia la casa: prosiguió-Recuerda que debes sacar primero la carabina del doce; como lleva munición de postas: siempre acertarás a algún blanco aunque te cueste apuntar; el arma que te he dado, no lleva mucho retroceso. Cuando se te acabe la munición, no te preocupes, tírala y coge la automática; hay dos en tu bolsa; cada una lleva un cargador con doce balas, y no dispares la última bala: debes guardarla para ti.
Joel se echó la bolsa a la espalda y echó a caminar en la misma dirección de donde provenían las voces, yo caminaba a dos o tres metros de distancia y mientras nos internábamos a través del jardín, comenzaron a definirse las siluetas de la gente que iba y venía, sorda y ciega en su ignorancia. Joel se detuvo y cuando le alcancé, se giró y puso su mano entre mi mejilla y el cuello. Sus labios se fundieron con los míos en un largo y cálido beso, revueltos en una sola ola de amor. Íbamos a volver allí donde nuestras almas se encontraron por primera vez y unidas por el abrazo de nuestro primer encuentro, se unieron en una sola conciencia.

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