Carmina, la justiciera
Recién terminada mi carrera de psicología, había encontrado plaza como profesor suplente en el Partnershipschool de Florida, y siempre que tenía ocasión, intentaba orientar a mis alumnos en materias tan dispares con la asignatura que impartía como podían ser las reglas de urbanidad o la nutrición. Esta ultima materia era la que mayor número de reacciones provocaba, lo cual me permitía experimentar momentos de fama inusitada: yo hacía gala de mis conocimientos recién adquiridos entre silencios expectantes y risas contenidas mientras describía los efectos perniciosos para el organismo que causaba la ingesta diaria y continuada de bollería industrial así como la alimentación basada en productos con un alto índice de grasas saturadas e hidrogenadas. Siempre que abordaba este tema, solía mostrar uno de los muchos envoltorios vacíos de donuts que atestaban los pasillos del instituto y fingiendo consternación, solía diseccionar cada uno de los ingredientes que contenía aquel producto argumentando que aquellos alimentos y otros similares aumentaban los niveles de colesterol y triglicéridos, obstruyendo las arterias, pudiendo ser causa de futuros accidentes cardiovasculares. La excusa que solía emplear para asociar psicología con nutrición era muy sencilla: mens sana in corpore sano, lo cual, además, me permitía citar a los clásicos. Eran mis primeros pasos como docente, y creía llevar sobre mis espaldas el peso de una gran responsabilidad, pero mi labor como profesor suplente no me aportaba el dinero suficiente para afrontar los gastos más comunes, de modo que alternaba este empleo con el de psicólogo de presos.
El complejo correccional de Florida, era una prisión ultramoderna; se trataba de una instalación dotada de 652 camas y celdas de máxima seguridad. Toda la instalación estaba comunicada por medio de pasillos que permitían acceder a todas las áreas del edificio. Cada uno de los tres pabellones estaba formado por una planta baja y un segundo altillo.
El largo pasillo destinado a las celdas individuales estaba en la segunda planta: era la zona de máxima seguridad, ideada para el aislamiento; todo allí, había sido diseñado para evitar las aristas y las formas puntiagudas, la instalación carecía de junturas y de clavos, el cuarto de baño estaba integrado en la celda y el único espejo era una lamina de plástico adhesivo.
Aquella tarde, tras las clases, tenía previsto visitar a la presa que ocupaba la celda número dieciséis, y mi cometido consistía en redactar un informe psicológico que permitiera evaluar los progresos logrados en la persona de Carmina Ordoñez, apodada “La justiciera” El celador me escoltó por el largo pasillo hasta la puerta de la celda y mientras introducía la llave por la cerradura para abrir la pesada puerta metálica, me dedicó un guiño de ojo, entre cómplice y picaresco, lo cual provocó en mí una reacción contraria a la que supuestamente pretendía conseguir.
-Eso es todo, gracias: dije secamente.
Entré en la celda y la vi sentada de medio lado y con la cabeza caída, sus manos parecían sujetas a las barras de la silla por medio de una cadena metálica. Le saludé formalmente sin obtener respuesta por su parte, y cuando estaba en mitad de la sala, ella alzó la cabeza sin llegar a mirarme y dijo:
-Debe de saber quién soy, no suelo recibir muchas visitas por parte de admiradores...
Tomé aire y respondí:
-Usted es Carmina Ordoñez, apodada “La justiciera”; se le acusa de haber cometido siete crímenes, aunque hay quien le atribuye muchos más...
-Veo que se ha aprendido la lección: observó-Usted debe de ser el nuevo psicólogo.
Alzó la cabeza y me miró fijamente:
-Parece muy joven: ¿Qué edad tiene?
-Soy becario: respondí.
-Acérquese un poco más: rogó-No puedo hablar mientras está usted aquí de pie y dando vueltas por la celda. Siéntese aquí, delante mío...
-Está bien: accedí, y cogiendo la otra silla, me senté a un metro y medio de ella.
-Acérquese un poco más: insistió.
-Sabe que no voy a hacer tal cosa: atajé.
Comenzó a reír, echando la cabeza hacia atrás y dijo:
-No irá a creerse todo lo que cuentan por ahí de mí…
-Nadie tiene el derecho de tomarse la justicia por su mano: opiné.
-¿Ah no; y qué sugiere usted?
-El sistema funciona: aduje.
-¿Y cómo se explica que haya tantos asesinos y violadores en libertad?: interrogó.
Estuve unos segundos pensativo.
-El sistema legal adolece de lagunas y de innumerables contradicciones que sirven de subterfugio: el propio código sobre el que se sostiene el derecho penal está repleto de ambiguedades y a menudo queda a merced de abogados ansiosos por adquirir notoriedad.
-Ahora reconoce que el sistema legal no funciona como debería: soslayó-Entonces: ¿En qué quedamos?
-El sistema no es perfecto: tercié-Pero es el mejor posible.
Carmina tenía el pelo negro, largo y liso, los ojos verdes; su mirada era profunda, provocativa pero desconfiada, enfundada en aquel traje color naranja, no perdía ni un ápice de su atractivo, sus facciones respondían al perfil de una mujer independiente, calculadora y fría, atrevida y sincera, melancólica, decidida y con mucha personalidad.
-Dígame: acució -¿Qué piensa de las estadísticas?
-¿Y qué quiere que piense?: apunté-Somos algo más que una estadística.
-¿Qué piensa entonces de mí?
-¿De usted personalmente o de lo que usted representa?: elucubré.
Rió holgadamente, dejando entrever dos hileras de dientes blancos como la porcelana y rezongó:
-Me parece usted una buena persona.
-Y bien: concluí-Ya que nos conocemos un poco más: hábleme de usted; ¿Qué impulso, qué fuerza desconocida le condujo a cometer aquellos crímenes?
Estuvo mirándome fijamente durante unos segundos y dijo:
-Acérquese un poco más, no tenga miedo, como puede ver, me han esposado al respaldo de la silla; estoy inmóvil, indefensa; no podría atacarle aunque me lo propusiera...
-¿Han abusado de usted?: indagué.
-No: atajó-Supongo que gracias a su mediación, gozo de un trato más que correcto; creo que se ha empleado muy a fondo en el trato a las internas, lo cual, es de agradecer. ¿Le pagan mucho por ejercer de becario?
-Pues si quiere que le diga la verdad: cobro una mierda.
Soltó una risa larga y desinhibida al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás, agitando a un lado y a otro su larga cabellera. Y cuando volvió a recomponer su expresión, nuestros ojos quedaron fijos uno frente a otro durante unos segundos y en silencio.
Señaló a la cámara con un gesto de cabeza y dijo:
-Está apagada, tal como yo pedí, ¿Verdad?, al menos, no veo yo el piloto encendido.
-Está apagada: contesté-Nadie puede ver ni oír lo que sucede aquí dentro, y les he ordenado a los guardias que no nos molesten.
Entonces, pareció percatarse de que mi vista se había desviado hacia la intersección de sus piernas y dijo, con voz deliberadamente sensual:
-Puede sacarme los pantalones si lo desea...
-Creo que no voy a hacer tal cosa: soslayé.
-Ha hecho usted una buena elección: dictaminó, luego parpadeó una o dos veces y dijo maliciosamente:
-Acérquese un poco más...
Puse mi silla a un metro de distancia y al instante, sonrió como si lo que iba a hacer le llenara de satisfacción: arrimó uno de sus pies apoyándolo sobre mi rodilla, luego plantó su otro pie sobre mi entrepierna, pero enseguida se apartó, me miró divertida y dijo:
-Permanezca quieto y callado, ahora tengo yo el control...
Hice amago de levantarme cuando su pie derecho se deslizó buscando mis genitales.
-Ni se le ocurra moverse: insistió, y para advertirme: flexionó la planta de su pie sobre mi entrepierna, lo cual me dejó paralizado.
Sus pies eran estilizados, finos, como esculpidos para una muñeca y apenas se marcaban las articulaciones. Sentí un enorme alivio cuando paró y apartó su pie. Iba a reincorporarme de nuevo cuando me di cuenta de que había tomado impulso. La siguiente acometida, casi me dejó sin respiración. Dijo:
-Ahora, voy a contarle como maté al Feo, usted solo permanezca callado y escuche.
Sentí su pie izquierdo quieto sobre mi muslo, el otro pie sobre la ingle, moviendo sus dedos sobre mis genitales. Dijo:
-Le conocía sin haberle visto y sin haber estado nunca cara a cara con él; estaba completamente segura de reconocerle tan pronto como tuviera la oportunidad de encontrarme a solas con ese individuo, de hecho, ya tenía una imagen mental de su persona que no difería mucho de las anteriores: cuerpo de hombre, frente ancha, boca pequeña y expresión de niño: esta debía de ser su descripción a grandes rasgos, pero existe una multitud anónima que responde a este perfil, y la mayor parte de ellos nunca matarían ni a una mosca; suelen ser gente que interioriza el dolor ajeno y que son capaces de experimentar el sufrimiento del más débil como algo propio: nada tenía contra ellos, pero uno de aquellos desconocidos con quienes solía cruzarme cada día, debía ser sin duda el feo, tan solo necesitaba estar en el lugar oportuno y en el momento preciso.
Durante un tiempo, me dediqué a leer atentamente las crónicas de sucesos, tracé sobre un plano mental los lugares que solía frecuentar cuando cometía sus crímenes, estudié minuciosamente la franja horaria en la que solía operar, esperé pacientemente y ese momento por fin llegó.
Carmina dobló de nuevo la pierna para tomar impulso y hundió nuevamente su pie en mi entrepierna; presionó con tal fuerza mis genitales que hizo doblarme de dolor, después repitió el mismo movimiento una vez y otra; siguió jugando con mi miembro, pero esta vez con mayor suavidad, y su pie comenzó a moverse al mismo ritmo que mi respiración. Al rato, noté que el riego sanguíneo inundaba mi miembro y que aquel dolor inicial comenzaba a convertirse en una sensación placentera.
-Sabía que el feo había sufrido mucho durante su niñez, pobre niño feo, maltratado por un padre alcohólico que le abandonó a una edad temprana y por una madre que se desentendía de él, pobre niño feo y solo; enamorado de una niña de su clase que fingía seguirle el juego para luego reírse de él a sus espaldas. Qué trauma debió de significar para aquella mente hipersensible sentirse rechazado por su entorno...
Sabía que tarde o temprano, acabaría cruzándome en su camino; una mujer sola en un callejón oscuro es siempre una tentación. Cuando estuve frente a él, tuve una corazonada: aparentemente, no era distinto a los demás, por eso, decidí darle una oportunidad, si pasaba de largo mirándome de soslayo, esto significaba que tan solo se trataba de un transeúnte mas, otro noctambulo que regresaba a su casa tras haber tomado la última copa, pero cuando pasó a mi lado, vi como su expresión se desfiguraba: se abalanzó sobre mí, y rodeando mi cuello con ambas manos, me arrastró hasta el fondo del callejón. Una vez me tuvo arrinconada contra la pared, acercó su boca babeante hasta mi cara y susurró con voz ronca:
-¡Puta!: esto lo repitió varias veces: parecía seguro de sí mismo, de ese poder que un determinismo biológico le había concedido para su propio uso y disfrute, yo, en aquellos momentos, solo era un objeto mas, un ser insignificante de cuya vida podía disponer él a su antojo; así era y así había sido durante todas las ocasiones anteriores, yo frente a él, sola y acobardada, tan sólo podía implorar por su parte un gesto de clemencia que nunca llegaría por que ahora él, era dueño y señor de mi vida: yo no era yo, era su madre alcohólica, era la niña repelente que disfrutaba poniéndole en ridículo frente a los otros niños; este era su momento de gloria y nada ni nadie le iban a impedir culminar su venganza por enésima vez.
Sin que lo percibiera, yo ya había abierto la navaja de afeitar que guardaba en el bolso, pues él, confiado como estaba en su fuerza física, pensaba quizás que mis manos libres iban a quedarse allí quietas o forcejeando inútilmente en el peor de los casos para su diversión.
Hice un corte de abajo hasta arriba; cuando un corte es limpio y seco, no se nota el dolor hasta que sientes el vacío de los órganos internos desparramándose, y así sucedió: tardó varios segundos en notar la herida, y cuando vi esa sensación reflejada en sus ojos, cogí la abertura por ambos lados y tiré con fuerza. Su cuerpo se abrió, quedando todo su interior al descubierto. El interior de un cuerpo humano recién abierto, es una masa blanda y rojiza, casi amorfa, por donde se vislumbran los huesos cuyo aspecto a simple vista, no se diferencia mucho de las espinas de un pez.
Iba a gritar, lo presentía, y no me convenía ni a mí ni a la gente que dormía en aquellos momentos; ellos no se merecían despertarse sobresaltados a tan altas horas de la noche, por esa razón, le corté la yugular. Así fue como maté al feo: el destino quiso que se cruzara en mi camino para que pudiera vengar su pasado a través de mí, y allí se quedó. La mente del asesino es un pozo negro sin forma y sin fondo, a la mayoría se les atribuyen desordenes funcionales, y quizás, de forma tendenciosa y reiterativa, se dice que sufrieron abusos durante su infancia, ya sea de forma física, sexual o simplemente psicológica. Durante la adolescencia, sueñan despiertos y de forma compulsiva sobre dominación y sometimiento, y a menudo, cuando llegan a la edad adulta, suelen fantasear con la idea de asesinar. Todos reunimos varias de estas características, pero a la mayoría nos frena un sentimiento de empatía hacia el sufrimiento ajeno del que ellos carecen. La ciencia no ha cesado de buscar razones para justificar este comportamiento: causas genéticas, desequilibrios emocionales y hasta la propia injusticia social. De este modo: estos individuos se recubren de ese halo de victimismo que les brinda la ciencia médica, aliada con los asistentes sociales y los abogados ávidos de notoriedad, esta es y será para muchos, la única verdad.
Carmina fue deslizando su pie a través de mi pierna y cuando llegó hasta la rodilla, lo dejó caer al suelo, luego se encogió en su asiento, así permaneció durante unos segundos en completo silencio hasta que sin alzar la vista, susurró con voz tenue:
-Eso ha sido todo por hoy, ya puede marcharse.
Me levanté, aún indeciso y caminé hacia la puerta con paso tambaleante. Golpeé la puerta metálica y esperé en silencio hasta que pude escuchar los pasos del celador acercándose desde el otro extremo del pasillo. Cuando me giré por última vez para verla, ella seguía encogida en su asiento con un largo mechón de pelo negro cubriendo parcialmente su rostro.
Así fue como conocí a Carmina la Justiciera.

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